También podrÃa haber titulado esto como «la historia de gimnasio más grande jamás contada», pero serÃa recurrir a algo demasiado novelesco, incluso para un caza enlaces como yo. Os presento tres posts semi-independientes en uno.
Parte 1, el coco.
Ayer volvà al gimnasio después de unos dÃas sin pisar por allÃ, y nada más entrar me dà cuenta de la cantidad de gente que se habÃa apuntado, supongo que aprovechando el tirón de los corticoles, el volver a empezar y que los niños están en clase. En tres semanas se irán todos y nos quedaremos «los de siempre». Este efecto de masificación no me llamó la atención en absoluto si lo comparamos con mi asombro al ver al coco.
El coco es ese personaje de ficción creado por padres y abuelos para que los niños tengan miedo y asà se coman las acelgas, si no se las come se los llevará, como nadie sabe a dónde de zagal siempre supuse que no habrÃa sitio peor que una cocina en la que tenÃas que comer acelgas. Que el coco de los cuentos no serÃa tan fiero como lo pintaban. Tal vez me estuviese equivocando.
En los vestuarios me encontré con un personaje cuya asombrosa sombra dejaba entre ver a un hombre sin sombrero asombrado por cómo la taquilla absorbÃa su euro, una acción que le dejaba absorto, aunque lo que asombraba era él y su asombroso aspecto (podéis aplaudir asombrosamente en este punto de la narrativa mostrando vuestra aprobación a mi locuaz, sensata y lógica utilización de la lengua castellana).
El hombre no era gordo, ni acaso orondo. El hombre era muy obeso. No grande, porque de estatura no levantaba más que Torrebruno, en cambio de ancho lo triplicaba. O eso, o debajo de sus ropas vestÃa cojines para recoger el sudor y asà aparentar más talla de la que tiene.
La duda no durarÃa mucho, es un vestuario: la gente se desnuda. Y él, como intento de humano, también. (más…)