• Disculpe usted, que lee entre las sombras

    Cuando comienzas un blog te metes en una aventura bastante curiosa, comprometerte a abrirte a los demás sin esperar una respuesta igual por parte de los que deciden si eres suficientemente interesante, o lo que haces es suficientemente interesante, o lo que fotografías lo es, o tu música o… es decir, los que te leen.

    Y llevo más de dos años en esto, un logro, no penséis que es fácil. Tienes que buscarte las ideas, cómo expresarlas, decidir si hoy te interesa salir en portada de meneame o lo dejas para otro día, etc.

    En la mayoría de los casos esto se ve recompensado en forma de comentarios, enlaces o incluso premios. Siendo algo más concreto, en esta buhardilla en lugar de agradecer todo esto te doy las gracias por hacer click en la publicidad de forma compulsiva. Pero, ¿qué estoy diciendo? Todo esto ya lo sabes.
    En este diario me he expresado un total de 809 veces. En algunas eran simples chistes con más o menos gracia, en otras era pena, dolor, sufrimiento… también he hablado de triunfos y fracasos. Es más, hasta de ideas políticas o momentos en los que deseaba perforarme el pecho, arrancarme el corazón y contribuir a agrandar el volumen de Residuos Sólidos Urbanos Humanos de esta ciudad. ¿Cómo, que esto también lo sabes? Comprendo.

    Tengo más lectores que comentaristas, al menos, más suscriptores, ya no puedo controlar si se limitan a decir «ah, psa, no sé por qué me suscribí a esta mierda» y lanzarse a la próxima entrada en su lector o si de verdad lo leen. Tampoco es algo que me quite el sueño lo más mínimo, pero gracias por darme un voto de confianza una vez. También hay gente que lo lee, reconoce leerlo, y no utiliza ningún método de afiliación, ¡hola Ellohir! Me parece tedioso, pero son costumbres, él comenta, no puedo reprocharle nada, también decidió compartir su vida, bajo un inseguro pseudo anonimato como hacemos todos.
    No busco saberlo todo sobre quienes me leen sin dejar más rastro que una línea en el registro del servidor, eso ya lo dejé claro. Suficiente tengo con mis paranoias. No me interesa preocuparme de más gente por el simple hecho de que me lea sin haber dicho ni mu en días, semanas… ¿dos años?

    Lo que sí me parecería curioso es que podría asegurar que tú, sí, sí, tú, la que esta escuchando a Cindy Lauper y murmurando: ohhh, girls just want to haaaaave fuuuuuuun, hayas decidido saltar la barrera y encontrar un hueco entre las tinieblas para dejarte ver en inhóspitos terrenos de este gran barrio llamado internet, y que desde ése cómodo lugar entre las sombras sigues leyendo todo esto.

    Podría asegurarlo.

    Visto en: ¡Y no visto!

  • God Bless Guinness

    Te he dibujado un corazón en la espuma porque no me cabía mi número.

    Camarera del mejor pub de todo Valladolid.

    He de volver ahí ya. Gracias, Señor.

    Visto en: Sí, estas cosas pasan.

  • Política masturbatoria

    La política anda revuelta, congresos, crisis, fichajes… Sólo he conseguido sacar esto en claro:

    chicas

    También versión ellas (o ellos gays).

    Visto en: Venga, que también se os había ocurrido, ¡pervs!

  • James D. Hough

    Estaba paseando por Pucela, dirección a cualquier parada de autobús que me permitiese bajar en un conocido centro comercial cuyas rebajas las anuncia un bellezón que atiende al nombre de Martina Klein, sin hacer mucho, tarareando la melodía de El Golpe y preguntándome si hacer un curso de Armador de barcos me garantizaría tener una novia en cada puerto. Ya subido en la Línea 1 mis ojos deciden escudriñar a un hombre que, de espaldas, parecía grande, de aspecto británico, mantecoso y pelo cano.

    A la mínima oportunidad que tuve, movido por una furiosa curiosidad, me senté en frente suyo.

    Parecía un hombre tranquilo, llevaba gafas, una chaqueta larga marrón claro y una barba blanca maravillosamente recortada. Las gafas tenían tantos años como yo, podría asegurarlo, cuando se escurrían se las colocaba con dos dedos: el pulgar de la mano en la base de la gafa izquierda, el índice en la parte superior, y para arriba, dos pestañeos y a seguir con su lectura.

    Entre manos llevaba un cuaderno, con hojas que en algún año fueron de color lechoso pero que el tiempo decidió teñirlas con un ligero oscurecimiento y unas finas arrugas que lo hacían un novelesco objeto de deseo. Las líneas que marcaban dónde escribir, perfectas paralelas, mantenían su tono rojizo mientras se sucedían una detrás de otra con una separación milimétrica, como si de una marcha marcial se tratase.

    El cuaderno, de tapas de cartón, con un cebreado en la portada y una etiqueta que rezaba «Name: James D. Hough», estaba escrito casi hasta el final. En lugar de sujetar sus hojas con anillas o grapas, el cartapacio se mantenía unido entre sí mediante algún pegamento, había sido termoencolado.

    Su caligrafía era exquisita. El caballero me miraba preocupado al descubrirme girando estúpidamente la cabeza con claras intenciones de descifrar qué ponía en aquellos párrafos.

    Fui incapaz de comprender algo, no distinguía las palabras, pero insisto, su letra me fascinaba. Utilizaba una excesiva inclinación que facilitaba el alargamiento de letras como la L, J, el rabito de la P, Y, etc.

    Sujetaba con su mano derecha una pluma estilográfica, ésta estaba coronada por un copo blanco que nos decía de qué tipo de pluma se trataba, también ella parecía haber vivido mucho.

    El hombre, que gozaba de una gran circunferencia, movía con soltura los bajos de su pantalón de loneta mientras marcaba una sonrisa en su gran cara de pan al ver que me había dado cuenta de su cazada. Voló hacia la última hoja escrita y escribió algo a la vez que mantenía su sonrisa, no puedo si quiera imaginar la cara de intriga descarada que llevaba puesta en ese instante, me miró, le miré y se animó a balbucear con lentitud y un claro esfuerzo al pronunciar: «Es sobre mis viajes». Sobra decir el marcado acento BBC con que acompañó su castellano.

    Continuaba sonriéndome cuando un rayo de luz me despistó y pude ver la simpática cara de la modelo argentina, vestida de marinerita, con su casaca azul y pantalones cortos blancos que indicaba el fin de mi trayecto. Se despidió con un gesto de la mano que le devolví mientras me marchaba. Vuelvo a cuestionarme, ¿Armador de barcos?

    Visto en: Valladolid.