Generalmente mi horario suele asustar a las personas que se hacen llamar normales. Me acuesto tarde y me despierto relativamente tarde, a las diez o incluso un pelÃn más si puedo arañar minutos al despertador. Desayuno. Me cepillo los dientes en una ventana que tengo colocada en el techo (cosas de la buhardilla) mientras veo pasar uno o dos coches, ahora que he aprendido a cepillarme sin babear es un lujo, el siguiente paso es alcanzar a la gurú del cepillado, una amiga que puede contarte por teléfono cualquier cotilleo mientras se lava los dientes y entiendes perfectamente lo que está diciendo. Hago la cama. Preparo las cosas del gimnasio e intento estar allà para las once. A la una y pico ya estoy en casa agotado y duchado. Por la tarde tengo clase y por la noche «hago vida».
Los viernes no. Por tanto hoy no. Anoche estaba realmente cansado y algo quemado con la vida, cosas que pasan, y me he despertado de malas porque los viernes por la mañana sà tengo clase. Y por la tarde hasta las ocho. Un lujo. Se me ha hecho tarde. Me he duchado con agua frÃa porque no habÃa otra cosa. He comido dos tonterÃas y me he montado en el autobús siguiente al que suelo coger los otros dÃas. Llego. Llego tarde, pero llego. Dispuesto a tragarme tres horas de una aburrida asignatura. Pero no habÃa nadie. Pasillo arriba, pasillo abajo. Nadie que esté conmigo en esa asignatura. Me encuentro con una de estas leyendas vivas de las ingenierÃas, que lleva siete años en una carrera de tres cursos, «No, es que no hay clase, lo han cancelado porque la profesora está enferma y no sé qué. Los de tu clase se acaban de ir». Guay.
Me voy. Sigue lloviendo. Intento cogerme otra lÃnea de autobús para que el viaje me salga gratis y por cuestión de tiempo me montó en la que tiene más tráfico de toda a esta gris capital provinciana. Monto yo y otra legión de descuidadas señoras dispuestas a sacarme un ojo con el paraguas (que, como no podÃa ser de otra manera, lo mantienen abierto debajo de la marquesina, son un amor). Delante de mà sube una chica, de esas que se nota que han saltado de bachiller al mercado laboral pasando por la casilla de un FP y disfruta sabiendo que, si la crisis quiere, a primeros del mes que viene podrá comprarse más ropa. Una chica normalita, la verdad. Pero no le funcionaba el bonobús, tarjeta del diablo. Tres, cuatro, cinco intentos. «Pues tiene que tener dinero, que acabo de recargarla…». Dios, parecÃa que iba a ponerse a llorar. Yo, haciendo gala de mi mala y poca fe me apresuro a picar y largarme ASAP. Un caballero desconocido, se ve que necesitado de amor, con gafitas y seguramente empalmado, se ofreció a pagarle el viaje. La chica, como mujer ladina que es, se lo agradeció. Un pagafantas a tiempo es maná. Ya estamos todos en el reconfortante, cálido y seco vehÃculo que causarÃa claustrofobia a una sardina enlatada. La chica le vuelve a agradecer el gesto a nuestro Técnico en Rescates de Princesas en Apuros. Él, valiente, sonrÃe y pregunta cómo se llama. Ella, sabia, responde que tiene novio y no quiere nada. SÃ, me encanta, asà son las arpÃas, te dejan acercarte hasta que cuando estés a su alcance puedan arrearte un sartenazo, dejarte KO y devorarte lentamente frente a su público. Él, humillado, se excusa con frases tipo, de esas que todo hombre tiene memorizadas, «No, no, si yo no querÃa nada». Y probablemente fuese verdad (y tal), ya hay que ser altiva y creÃda para, sin estar excepcionalmente buena ni llegar a bella creer que cualquier hacedor de buenas obras que se deja 37 céntimos por ti pretende llevarte a la cama esperar que le entregues tu flor, igual que hiciste con el musculitos dos cursos mayor que tú a finales de la ESO en aquella discoteca que ya cerró. No, mujer, menos lobos.
Tres señoras después, de esas que rozan los culos, piden perdón y se rÃen intento hacer creÃble su disculpa, «Uy, es que me caÃa», (no, señora, se tiraba, compre Viagra a su difunto marido, ups) se hace un interesante cambio de personal, por supuesto yo aún cabreado por haber perdido la mañana. Se baja el aspirante a héroe y la gorrona, por supuesto, ni se despide. Ahora era él quien parecÃa que fuese a llorar. Me arrincono, de pie, en un hueco y una mujer, ya metida en edad, empieza a gritar. Aseguraban que le habÃan robado en monedero (esta gente lleva billetes de 50 en el monedero, asà que lo comprendÃ), y la momia hija de puta se me queda mirando. Si gritas y miras a una persona al mismo tiempo todo el mundo mira a esa persona pensando «Puerco ladrón, te parecerá bonito mangonear a una pobre anciana». AsÃ, de repente, yo era el señalado, el apestado. ¡Qué genial! Antes de que yo pudiese si quiera defenderme la vieja saca del fondo de su grotescamente grande bolso una carterita, la levanta como el pescador que se hace con un atún de 70Kg y sonrÃe, «No, ¡aquà está!». Lástima, por unos segundos yo fui el centro de atención. No me jodas, ¿en qué piensa la gente?
Ya estaba casi llegando a casa cuando se suben dos chicas, la que se sabe guapa y su amiga fea, liderando a un escuadrón de jóvenes deficientes. Iban de excursión. 10 personas más dentro del autobús. Uno de ellos, el que más acné tenÃa, por cierto, su cara parecÃa un circuito de cross, vomitó encima de la guapa y la compañera, al ir a ver qué pasaba, recibió su ración de desayuno. Obra social, me parto. Todo el puto autobús oliendo aquella mierda. Venga, por favor.
Me bajé una parada antes de la correspondiente, y conmigo creo que casi todos, y caminé hasta casa, sudando, oliendo a lo que habÃa potado aquà el amigo, mojado por la lluvia, acusado de ladrón y sin haber hecho nada en toda la puta mañana. Esperando que empiecen las cuatro horas de clase por la tarde. Olé.
Feliz fin de semana. Seguro que lo disfrutáis.
Visto en: Horario matutinos, mis cojones.
Deja una respuesta