Meto quinta dirección Valhalla. Imagino sobre mà las mayores atrocidades que conseguirÃan empalmar la flácida polla británica del impresentable Aleister Crowley. Pero no siento ningún dolor. Busco el más destructivo, violento y doloroso de los conjuros que sé puedes encontrar en cualquiera de sus negros y cotizados grimorios sin mayor éxito que parrafadas blancas y blandas sobre el bien, el mal, cuernos y tridentes. Acelero a velocidades que se saltan la multa para frenar en prisión. En la radio espero encontrar ese tritono, ese desgarrador y siniestro diabolus in musica que despierte aún más el pequeño trozo de Belcebú que todos llevamos y no deja de martillear la puerta de mi pecho. Dejo que salga. Dejo que me mate.
Es lo que quiero. Es lo que busco. Es lo que ansÃo. Es la rabia más viva que explota en versos prosaicos armados con dagas apuntando a la cabeza de la serpiente. Fugaces destellos en el filo de las armas. Sin efectos, sin rascacielos al fondo. Un bajo continuo, un ronquido alimentado por gasolina, una mirada fija. Mis dedos, agarrotados, sudorosos pero frÃos. Mi expresión, desquiciada. Movimientos rápidos de colores fluorescentes guiados por el más válido aspirante a Elrohir que portan sus cuchillos sobre un fondo oscuro. Se mueven. Se mueven. Se mueven. Se cruzan. Chocan. Caen. Suben. Atacan al dragón. Despiezan la alimaña. Me divierte ese caos. Deseo la guerra total desde el nihilismo más primario. Quiero perder. Una bala en mi cabeza, una lanza en la caja torácica, ¡la flecha impregnada en belladona clavada en el talón del guerrero griego!
Capuletos. Tienen que extinguirse. Julieta. Frente al coche. No te va a doler. No me va a doler. Ares y Marte están deseosos de ver mi esternón fracturado. No hay causas justas. Se lo voy a dar. Es mi guerra. Desde mi torre. Sin mi ejército. Ya pasó el terror. Ya se ha ido el miedo. Ya apenas queda hastÃo y desazón. He matado a la losa de la apatÃa y los escombros que ha generado decorarán mi tumba. Quiero hacerlo ya. Esa vara de acero cortando mi cuello. Un detalle inesperado que perfore mi frente o rasgue mi laringe hasta fenecer a causa del aborrecimiento, mudo, desesperación y locura. Llevo el combustible y la exaltación es tal que prenderé mi cuerpo en breve utilizando el ardor de mis venas como acelerante. No va a quedar nada. Nunca.
La luz del túnel no la quiero ni ver. No hay arrepentimientos. VÃa libre hasta el averno. No impediré mi caÃda a los brazos de la oscuridad eterna. Aspiro a esa condena, naufragando por Aqueronte. De los Arcanos Mayores ya he sido el noveno, luego tres menos y fue el peor, volvà al nueve sin pensar consecuencias pero del seis queman las llagas en la piel aunque mute en forma y mente. ¿Dónde está el 13? El botón rojo. La vigésima carta. La soga al cuello con una panorámica de como todo alrededor es destruido. El orgasmo más cerdo desde unos ojos vidriosos que llevan más de dos décadas despidiéndose.
Un rostro velazquiano de mirada mezquina enmarcado en roble. El riff grave y distorsionado que nunca pudo escupir Kurt. Me quedan dos olimpiadas y meses. Ese sentimiento enclaustrado de cólera y vesania que nace con aspiraciones de convertirse en Goatse y se va viendo reprimido hasta alcanzar el nivel de un puto masaje perianal. La frustración manifiesta más elegante que nunca he sabido disimular. Amores confiados. Recuerdos destruidos. Placeres guillotinados. Sangre veloz. Más piso el pedal. Velocidad inicua.
Una casa pequeña, un viaje de meses, un portátil compartido, un Ibiza blanco que se cruza. De repente, el incendio. Combustión, llama, brasa, hoguera y, de ahÃ, un hogar que era. Purificación. Humo. Toxicidad. Me excita. Reflejos de chispas que salen disparadas de la lumbre se ven en mis ojos mientras sonrÃo y se alarga mi sombra, en continuo movimiento. Estoy ardiendo y nada me hace feliz. Estoy estancado en la más sincera podredumbre espiritual. Estoy de rodillas en la más repugnante y purulenta mar de agonÃa. El humo no asfixia. Y no hay demonio en mà capaz de subir la marea.
Visto en: -.
Deja una respuesta