Los americanos son gordos, los mexicanos vagos, los franceses son… ¡franceses! Y aunque Estados Unidos tenga un problema de sobrepeso con su población, todos conozcamos a alguien que ha estado en México y se ha quejado de la tardanza al ser servido en su fortificado hotel manejado por un narco en secreto y Francia esté, irremediablemente, llena de franceses, sabemos que no son más que estereotipos. Como que los andaluces no saben leer cuando realmente lo que no saben es sumar (perdonadme esta, por favor, piedad os pido).
Hace exactamente cinco meses y algo, esa es toda la exactitud que puedo ofrecer, ya tuve intención y ganas de escribir esta maravillosa entrada que se os quedará grabada en vuestras limitadas memorias, que, si bien, no sabéis qué comisteis hace tres dÃas pero recordaréis los nombres de los personajes secundarios de Perdidos o en qué nivel evolucionaba Charmander. Esta es una entrada sobre guiris. «Guiri», esa palabra que no podÃa ser de otro vocabulario que no fuera el español y que únicamente se encuentra en la Wikipedia inglesa, para que vengan aleccionados. Guiri, un término despectivo con el que nos referimos a las personas que mantienen viva la economÃa de este puto paÃs. «Qué bien, los benditos alemanes consumiendo cerveza a galones y pagándola sin rechistar». No. «Ya están los putos guiris ensuciándonos la calle y haciendo ruido». Que cuidado, aquà somos todos muy cÃvicos y tiramos el envoltorio de los chiles a la papelera, no gritamos salvo que haya peligro de que un conductor distraÃdo atropelle a una viejecita y jamás se nos ocurrirÃa fumar cerca de alguien a quien ese humo le pueda molestar. En qué cabeza cabe, estas salvajes alimañas que vienen a beber y a follar. Ya tendrÃa que preguntarles cómo. Guiris. Ahà lo dejo, un comentario más desde mi humilde posición de persona con boina, camisa blanca medio desabrochada, pantalones de pana, mirada desafiante de cagueta bocazas y mondadientes en la boca que no quita sus ojos de los muslos de las visitantes escondidas tras enormes gafas de Prada. Ese show rústico.
Hace cinco meses, como decÃa, me crucé con un grupo de estudiantes de intercambio que estaban esperando para entraren un museo bolsas de Zara en mano. Estaba cayendo un chaparrón del quince y hacÃa un viento helador, obviamente, no olvidemos que era invierno en una ciudad que, de por sÃ, suele ser bastante frÃa (y no sólo me refiero a sus habitantes). Uy, perdón. Ya que Pucela, por ejemplo, está más cerca de ParÃs que de Marrakech. Uno de los chavales, vistiendo una camiseta de baloncesto y en pantalones cortos, cobijado bajo el paraguas de una compañera, preguntó -gritando y molesto- a su profesor, «So… this… is the sunny Spain?».
No cabe duda de que «paÃs con clima templado» no es más que un eufemismo de «paÃs asombrosamente frÃo». Pero de ahà a pensar que la zona mediterránea (donde ese chaval no estaba) iba a ser en enero, una postal veraniega de arena, mar, jóvenes en bañador y alegres chicas morenas jugando al volley-playa mientras un Golden Retriever alcanza al vuelo un desgastado frisbee, apaga, que nos vamos.
Me ha vuelto a suceder en Semana Santa cuando el Ayuntamiento tuvo que reaccionar recordando la inmensa oferta cultural (y es cierto que existe en la ciudad) más allá de las procesiones intentando que los turistas que se habÃan desplazados por las esculturas se quedasen por la arquitectura, los museos o la comida. Hasta donde sé la jugada no le salió del todo mal y os aseguro que de turismo en Valladolid sé un rato largo. Lo que ocurrió en esta situación, más cercana en el tiempo que las pasadas fechas navideñas, fue que una familia bastante grande, padres más cuatro chavales, cada uno en su correspondiente bicicleta pública, se apresuraba a volver al hotel mientras comentaba que nadie les avisó de que el tiempo fuera tan malo. A veces me sorprendo de lo cotilla que soy, pero es que ahora me sorprendo de lo cotilla que soy, ¡en inglés! Me he convertido en un auténtico George Xavier de la life. Algo que no pega nada con mi recién descubierto parecido, el del hijo de un rey ficticio. Tengo que empezar a ver esa serie.
En definitiva, que me voy por las ramas cual homÃnido wannabe, me llama la atención que de verdad la gente se sorprenda de que en invierno y en una mala semana de primavera nos caiga lluvia a mares, haga frÃo, se levante viento, las parejas acarameladas se acurruquen en los portales. Ni idea de qué carajo hace eso último aquÃ, pero bueno. SÃ, esta es la España soleada, la de la sangrÃa (que no hay quien la beba) y la de las playas abarrotadas por mujeres de bañadores de colores y sombreros de flores. Pero si bien la lluvia en Sevilla es una maravilla (menos de marzo a junio, que para ellos es una putada) la lluvia en otros puntos puede llegar a ser una tónica habitual. Y tan ricamente, por mi parte.
Visto en: Calle Santiago y Acera del Paseo de Recoletos.
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