Lo que más me ha gustado siempre de los récord Guinness ha sido la cerveza del mismo nombre, que es como la Duff a Springfield. Lo de batir marcas, números de saltos en un segundo, cantidad de pinzas en la cara, el hombro más cargado o el pene más largo del mundo me la suele traer floja.
Os preguntaréis entonces que para qué escribo esto, pues bien, puedo comprender que a alguien le interese saber si hay mucha diferencia entre su miembro viril y el del hombre de este libro, o entre la edad de su abuela y la de la mujer más vieja del mundo. Pero nunca he llegado a comprender el récord de aguantar la respiración bajo el agua.
Me parece bueno, ojo, además, es fácil de comprender, y de pequeño sà me gustaba eso de cronometrarme en la piscina a ver cuánto aguantaba, es algo que creo que hemos hecho todos. Pero lo que no entiendo es por qué la gente que se dedica a romper estos récords se tienen que ir a la mitad del océano Atlántico, con un despliegue de medios y económico brutal.
Desde niño me han llamado la atención los globos de aire comprimido que utiliza esta gente, un lastre los sumerge a varios metros de profundidad mientras un cable los mantiene en contacto con la embarcación, cuando quieran desistir tiran de una cuerda y en globo se infla, los impulsa hacia arriba y llegan a la superficie (salvos, o no). Mecánicamente me parece un aparato fabuloso.
Sin embargo, ¿por qué tanto circo si para medir lo que aguantas sin respirar bajo el agua puedes hacerlo en el fregadero y con el reloj de tu cocina?
Visto en: Piscinas, costas, rÃos…
Deja una respuesta