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Pensando en alto

Rapsodia de un Hércules olvidado

Jingle all the way. Y qué tipico en Navidad es llevar a los críos al circo, al cine o a donde les apetezca mientras pasean. Por eso emplazan las ferias en vistosos rincones que llaman la atención del ojo del niño, con su pelo revuelto, la bufanda de lana y una piruleta enorme en la mano.

Tiovivos, norias, artículos de broma. Niebla, chocolate caliente. Luces, muchas luces de colores que se cuelan entre la iluminación naranja que entristece las avenidas. Música en la calle, «A Belén, pastores». Prisas, sonrisas, «No importa, por 10 euros más no nos vamos a andar complicando, tiene el capricho». Paquetes, papeles, ojos fascinados que saltan de un regalo a otro, de un escaparate a otro. Ay, los niños. Todo por los putos críos. Como montar en las atracciones de pega.

Disney wannabe

Enfrente de la oficina han montado un «Tren de la bruja», o como lo llaméis en vuestro barrio, con todos los elementos kitsch que la mentalidad de un infante puede asumir, «Un mundo ideal, un mundo en el que tú y yo podamos decidir cómo vivir sin nadie que lo impida». Y venid, que yo os quiero mostrar ese fantástico mundo. Desde el punto de vista de un pequeñajo como yo he sido (y recuerdo) y desde el mío propio actualmente (como en el momento en el que hice la foto). No cuela. Ese es el resumen. Si tienes 3 años sí, porque tus padres te cogen de la mano con todo el cariño de su corazón, porque son personas que te quieren y desean lo mejor para ti y para tus hermanos si tienes, que quieren protegerte y están dispuestos a ridiculizarse para que veas a los personajes más reconocibles de la infancia. Es cierto que ahora Rayo McQueen se identifica antes que Bambi o Mudito, pero obviemos el salto generacional. De crío, la primera vez hasta lo disfrutas, hay tantas cosas en las que fijarte que ese [naturalmente] cíclico recorrido termina siendo escaso, tu curiosidad insaciable pide más vueltas, memorizarlo todo, asombrarse y añadir a los ojos marrones del niño más bonito del mundo ese brillo especial que no se paga con dinero (dejamos de lado el precio de la entrada, por favor, seguidme el juego).

Esa fijación tan exquisita favorece que el despierto chaval vea ese mismo tren con ojos de escepticismo la siguiente vez. «¿Por qué mis papás dicen que Eurodisney es inaccesible si hay atracciones como esta con relativa frecuencia?, ¿por qué los ojos de ese Pinocho no son exactamente iguales que los que aparecen en toda la película?, ¿y aquella Daisy con ese vestido?». En efecto. Y los niños no son tontos, se dan cuenta, pero joder, el viaje aún les resulta divertido, montemos de nuevo. Y si los enanos se pispan, obviamente, los adultos (que fueron esos niños) también.

¿Entonces, más de un mes sin actualizar esto y te marcas esta entrada mediocre? Sí. Buenas noches. Es broma. Ahora llega lo mejor. El artista. Desconozco el origen de los feriantes y, por supuesto, cómo una persona llega a dedicarse recorrer el mundo con una atracción así, ir solicitando permisos municipales y montando y desmontando su puesto de trabajo llueva o truene. La única explicación que quiero ver es la de la herencia, que lo ha hecho tu abuelo, posteriormente tu padre y tú crees que ya no sabes hacer otra cosa. No sé hasta qué punto se ve lo deprimente de mi pensamiento. Cuando estuve en primaria compartí clase con un niño asiático, apenas fueron tres semanas, no recuerdo ni su nombre. Sus padres vivían y trabajaban en un circo. Allí se conocieron y allí decidieron hacer su vida. Como consecuencia, este chaval iba rotando de colegio en colegio acorde con los lugares donde se estableciera el circo en cuestión. Aunque la materia en todas partes era en teoría idéntica, ni un profesor considera que todos los textos lectivos tienen la misma importancia ni lo intenta enseñar en el mismo orden que todos los demás. Por mucho empeño que pusiera aquél jovenzuelo comprendo que su mejor salida fuera no salir, permanecer en la farándula más sacrificada. No me gusta en circo.

Una de estas personas, un «Trotamundos Cum Laude», y quien más cariño consigue que le profese y, sin duda, quien hace que esta entrada tenga sentido, es la persona encargada de pintar las atracciones. Comentaba líneas arriba las notables diferencias entre los artistas de la compañía de animación más importante de la historia y los dibujos resultantes e inconexos que encontramos en una atracción así. Por supuesto, eso sin entrar en temas de licencias y derechos que, supongo, se incumplirán y quedarán impunes.

Imaginad, por favor, la vida de esta persona. Supongamos que es varón, con familia. Una persona que, de pequeño, soñaba con ser artista, un fuera de serie, un genio de la pintura, un Dalí, un Velazquez, Sorolla, gritar con Munch y besar a Klimt. Su carrera, que nunca llegó a ser prometedora, se tuerce. Podía terminar en un taller pintando sirenas voluptuosas en las puertas de los camiones, haciendo murales publicitarios o cambiar radicalmente de empleo para perdonarnos la vida participando en un insufrible y doloroso anuncio de Media Markt. En esta miseria un amigo de un amigo suyo que nunca le cayó muy bien le propone crear una composición para un proyecto que está empezando, este amasijo visual termina convirtiéndose en un portmanteau gráfico plagiando a otros aderezando la mezcla de la masa con un ligero toque personal. Y a vivir, en esa tristeza de esperar a que otro conocido decida pedirte un favor porque le harás precio de amigo. Mientras tu hijo te mira con desaprobación porque entiende que lo que haces es robar el trabajo de otro. Un puto drama, de esos de los que se nutre el cine patrio, con chonis (y su perenne chicle en la boca) que aspiran a trabajar en un supermercado y llaman «ricas de mierda» a las empleadas del Corte Inglés que pueden costearse un VW Polo con el que irse de vacaciones al Sur de Francia o una cena con su novio, encargado de una librería especializada en viajes. Sin drogas.

Quien deja el pabellón realmente alto no ha salido al escenario todavía, es el héroe de todos los grafiteros de atracciones, el fulano que escribe frases sin sentido y las atribuye a famosos que da igual que no se parezcan. Hay una diferencia enorme con el primer caso. Antes, si el niño no reconocía instantáneamente a Hércules, todo el sistema se tambaleaba, y daba igual que debajo pusiera Hércules, Heracles o José David, porque al niño le daría igual. Sin embargo, una vez que esa personita aprende lo de la eme con a: ma, la cosa cambia. Porque empezará a conocer y a identificar a personajes famosos (más allá del rey en las monedas). Por eso hay una persona encargada de pintar a Michael Jackson junto un bocadillo de habla que rece «¡Nunca he girado tanto como en el saltamontes manco!». De lejos no es más que una persona con sombrero y guantes, cuando te arrimas a ver qué nos quieren hacer creer que dice ese dibujo intentamos adivinar quién es y finalmente leemos lo de Jaco. Luego nos pasa igual con un pobre Marlon Brando extrañamente hinchado que, por el traje, debíamos suponer que intentaron sacar del Padrino.
Una persona sin preocupación. «Ceci n’est pas une pipe» decía nuestro compañero Magritte. «Esto no es Marlon Brando», parece querer pintar realmente el despreocupado artista callejero que llegó a donde está por error, porque él quería pasar sus horas en una oficina pero su vida se torció con el divorcio de sus padres y unas malas influencias.

Visto en: Plaza de Zorrilla.

4 respuestas a «Rapsodia de un Hércules olvidado»

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