Los bártulos de Bartolo y la historia de Martita

Esta noche toca anécdota, acomódate, coge palomitas y lee sobre mi vida, que posiblemente en algunos pasajes sea más entretenida que la de tus héroes.

Desde pequeños nos acostumbraron a las excursiones y a pasar alguna que otra noche fuera de casa, ciertamente pese a depender de un colegio mayor que al que yo iba el ayuntamiento siempre nos trató bien. Era un edificio de dos plantas con tres aulas, ahora convertido en gaztetxe, eso quiere decir que a mis hipotéticos y futuribles críos no podré decirles orgulloso «ahí estudié yo con vuestra edad».
Como el colegio era pequeño nos conocíamos realmente todos, eramos dos cursos, primero y segundo de primaria, es decir, niños de 6 y 7 años. Yo tenía 6 cuando ocurrió todo esto.
Nos conocíamos todos no sólo por el colegio sino porque vivíamos cerca entre nosotros y relativamente apartados del resto del pueblo, los que estábamos al lado de la colina, los de al lado del río, los que vivían por la carretera general, etc, aunque como dirían en Nueva York en total no serían más de dos manzanas, pero eran nuestras, nuestra zona, todos amiguitos.

El grupo de amigos estaba formado casi desde que nacimos pues siempre habíamos estado juntos y nuestros respectivos padres eran amigos entre sí a su vez, además era bastante compacto y no solía haber niños que un día jugasen con nosotros y luego desapareciesen. Eramos Jon, Josu y Xabi (estos dos mis mejores amigos por aquél entonces) y yo por el lado de los chicos, más chicas: Olatz y Marta. Con esa edad no hay mucha diferencia entre ellos y ellas, menos aún cuando de siempre habíamos estado de la mano.
Cuando digo siempre digo desde los dos y tres años. Y de esto no me acuerdo pero me lo han contado tantísimas veces en casa que tengo todos los detalles, el primer día que fui a clase, en parvulitos me eché a llorar y a gritar porque no quería soltarme de mi madre, la profesora (seño) intentó calmarme sin resultado, con este panorama de Geko llorón se acercó una niña, me cogió la mano y, según cuentan, se me quedó mirando, me dijo «no llores» y yo, mágicamente, me tranquilicé. Esa chica era Marta, a la que posteriormente llamaría Martita.

En una de esas excursiones de fin de semana nos fuimos a un albergue, cerca de la playa de Orio. El día anterior estuvimos visitando un TelePizza en San Sebastián (nos dejaron intentar amasar y hacer malabares para estirar la masa sin éxito) por lo que muchos llevaron la gorra que nos regalaron, yo no, porque la perdí al intentar saltar unas barandillas de un cercado de unos dos o tres metros (que aunque fuese de los altos de la clase me seguía pareciendo exageradamente alto, aventurillas suicidas que se hacen igual a esas edad que a los quince). Al llegar al albergue nos habían preparado unos juegos, lo típico de deportes y además manualidades y talleres para pintar caras y cosas así. La historia fue que nos maquillaron la cara de rojo para hacer dos bandos, también nos pusieron un peto de ese color y todos iban con su gorra roja menos yo. Sorprendentemente Martita, que sabía lo que había hecho yo con la mía (porque todos quisieron saltar ese cercado pero viendo que era más chungo de lo que parecía se rajaron) me dio la suya y ella se puso otra, era lista y había cogido varias del establecimiento, bueno, lista o cleptómana, la cuestión es que me reintegró en el juego.

Para esa noche que pasábamos allí habíamos hecho planes y es que ellas dos dormirían juntas en una habitación con otras dos niñas, Jon y Xabi en otra con otras dos, Josu también por ahí y yo en otra. El plan era reunirnos a una hora determinada en la habitación de las chicas. Esto, que puede parecer un magnífico plan para organizar una orgía, tenía el único fin de jugar a algo infantil. La dificultad radicaba en que sus habitaciones estaban cerca, una pegada a la otra, mientras que la mía estaba en otro pasillo, de forma que tendría que arreglármelas para atravesar el albergue a lo Sam Fisher sin que nadie se percatase de que me estaba moviendo (lógicamente no se nos permitía abandonar los cuartos).
En la habitación donde dormía yo quisieron ponerse a contar historias de terror así que no podría irme hasta que terminasen. El líder de los otros tres compañeros de cuarto tenía bastante en común conmigo, se llamaba Adrián, había nacido el mismo día que yo, lo bautizaron el mismo día que a mí y físicamente era parecido, él no tenía pecas. Ya nos conocíamos, lógicamente, pero es un detalle bastante curioso que me gusta contar. Al ver que no terminaban sus historias yo dije sencillamente que iba al baño y ellos, automáticamente, me recordaron que no podía salir. La cuestión es que yo me fui tranquilamente y ellos no dijeron nada. Empecé a andar en pijama por los pasillos intentando recordar cómo llegar a la otra habitación, esto me costó un rato (o se me hizo eterno).
Por el camino me crucé otro con chico al que llamábamos Bartolo (creo que su nombre real era Óscar) y llevaba consigo una mochila y un edredón, estaba buscando a alguien porque se había hecho pis encima. Siempre pensamos que sufría algún tipo de retraso. Es este el motivo por el que me acuerdo de lo que pasó aquella noche, Bartolo y sus bártulos, puso en peligro todo mi operativo.
Al tiempo veo a una profesora paseando y localizo la puerta, cuando se marchó eché a correr y entré en la habitación. Cerré la puerta y llamaron, yo me asusté y Marta me metió debajo de la cama de un empujón mientras Olatz abría, las otras dos chicas no estaban así que lo mismo estaban todos los niños danzando por ahí. El de la puerta era Josu y al momento Jon, así que salí de debajo de la cama y antes de decir nada volvieron a llamar, en esta ocasión nos metimos los tres chicos en un armario, era ridículo, lo sé, pero estábamos seguros de que nos jugábamos la vida.Y podría decirse que así era porque entró un profesor para comprobar si todo estaba correcto, y vamos, no debió mirar muy bien porque ni se dio cuenta de que faltaba la mitad de la gente. Se marchó. Y al minuto volvieron a llamar, y ya por fin era Xabi, así que estábamos todos.

Como si de una resaca se tratase no recuerdo qué pasó aquella noche, sólo despertarme debajo de la cama de Marta junto con Josu porque la chica nos estaba llamando, en la otra litera estaban Jon y Xabi, eso sí, encima de la cama y Olatz, por lo visto, había dormido con la chica. Josu y yo salimos de aquél incómodo agujero y nos estiramos, Marta me cogió de la mano y me dio un beso en la mejilla, de buenos días, ya digo, a esas edades esto era normal. Ese mismo día volvimos a casa y Marta y yo íbamos de la mano a todos los sitios.

Me propuso que fuéramos novios como quien te invita a un trago de su Coca-Cola y yo acepté como quien me invita a un trago de su Coca-Cola. Ser novios significaba, básicamente, ir con ella de la mano y jugar algo más con ella, poco más (afortunadamente). El grupo de amigos, salaos y majos que eran, también quiso emparejarse así pues Olatz jugaba a ser novia de los otros tres. Y ojo, que se podía, no es que fuese ninguna sucia ni ninguna guarra, era jugar a ser mayores sin saber cómo se juega.

La cuestión es que Marta y yo, que tan pronto rompíamos como nos volvíamos a juntar, nos dimos un beso, con 7 años. Diría que fue de película, que sonaron trompetas, que había mariposas en el estómago y todo eso, pero no, me pidió que le diese un beso como quien pide un trago de una Coca-Cola e imagino que ya sabéis lo que hago yo con los refrescos.

Y bueno, quiero ir concluyendo, posiblemente eso haya sido lo más cerca que he estado jamás del amor puro (y del amor libre). Da rabia la sencillez con la que dos enanos se quieren y organizan su vida (hasta el punto de asegurar que nos íbamos a casar) sin ni siquiera tener idea de lo que es el amor y que cuando comprendes el temario llegas tarde siempre a los exámenes,
Lo último que supe de ella es que se ha taladrado la oreja con pendientes y sale con un perdonavidas. Me pregunto si se acordará de mí.

El resto de gente no sé dónde anda, Olatz ha aparecido en varias manifestaciones anti-ETA, Xabi se fue a vivir a la granja de sus abuelos en alguna parte de Aragón, Josu no ha hecho otra cosa a parte de repetir cursos y convertirse en un chulito y de Jon nunca supe nada.

Ah, y Óscar Longbottom debe andar sacando matrículas en Teleco. No me extraña. Gente rara.

Visto en: Guipúzcoa.

Comentarios

6 respuestas a «Los bártulos de Bartolo y la historia de Martita»

  1. Avatar de Aloisius

    Joder, que bueno. A los 6 años y ya eras como Snake, pero en versión asaltacunas. Mi «novia» cuando yo tenía 6 años era Bea, una prima política mia (sobrina de la mujer de mi tio), pero sólo en verano, que era cuando nos veíamos. Aunque lo eramos exclusivamente por decisión suya, yo allí ni pinchaba, ni cortaba. Eso si, ni besos ni leches, darse la manita todo lo más. Ahora es una pija estúpida.

    Y ten por seguro que Martita se acuerda de ti, y de esta historia.

  2. Avatar de Bea
    Bea

    ¡Qué historia más mona! Y Marta seguro que se acuerda, esas cosas se te quedan.

    Yo no tuve novio por esa época, ni en la guardería. Lo máximo es que según mi madre me gustaba un compañero mío. Fui con él a clase desde los 3 a los 18 y el recuerdo más cercano que recuerdo fue cuando me invitó a su 6º cumpleaños. Éramos sólo dos chicas y todos los chicos de la clase. Ahora queda la típica amistad de quien ha pasado 15 años en la misma clase: nos alegramos de encontrarnos y de ver que todo nos va bien y poco más.

  3. Avatar de rehtse

    Qué bonito!! me ha gustado la anécdota

    PS. pero qué precoces ¿no?

  4. Avatar de Harad

    Yo por esas edades andaba enamorado en secreto de la prometida de mi mejor amigo. Hay cosas que nunca cambian.

    Y triste es que a los 6 años ya hubieras pasado más bases que yo a los 17.

  5. Avatar de Ponzonha

    Iba a decir lo mismo que Harad. ¡No estás sólo amigo!
    (Yo era el Bartolo de la historia, of course)

  6. Avatar de Ellohir

    A Harad, te quedan tres añitos para batir el récord de un servidor. Date prisa o quedarás todavía peor que yo xD

    Una buena historia, Geko. Y, cómo suele pasar con las buenas historias, el final es tan realista que resulta algo deprimente.

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