Nunca mencionó su nombre, Azul Francés era su apodo. Le gustaba el mar, desde pequeño. Nació entre remos y un embarcadero de alguna parte de la costa inglesa en el último tercio del siglo XIX. No le resignaba ni le malhumoraba quedarse allà horas, de la salida del sol a su puesta. Conoció el mar como pocos lo hicieron jamás.
Se enroló muy joven en el servicio militar, lógicamente en la marina pues es en el agua en el medio en el que más cómodo se sentÃa. TenÃa 15 años. Sus padres lo vieron correcto pues ya era un hombre y no podÃa hacer mucho en casa, su padre le ayudó a comenzar, era profesor de escuela y le enseñó a leer, escribir, sumar… su madre, en cambio sufrió al ver cómo se marchaba de casa tan pronto, dejaba a su hermana de 7 años sin un defensor ni un modelo de referencia. La mujer comprendió pronto que eso era lo que realmente le llenaba y al fin y al cabo era un buen oficio.
Prometió escribir a casa todas las mañanas y por supuesto que lo hizo. No tenÃa vida fuera de los navÃos, por esta razón volvÃa a casa a pasar unos dÃas siempre que podÃa, pero aquél niño fue creciendo.
La frecuencia de sus postas se redujo a una por mes, las visitas a una al año, cada vez aceptaba destinos más lejanos y peligrosos. Su vida se complicó.
Acostumbrado a estar solo y aislado en su vida sólo contó con un amigo fiel, Martin Eden, novelista californiano trotamundos con el que coincidió en tierras canadienses y que solÃa escribir sobre las aventuras de Bleu, incluyendo su muerte.
Las últimas noches de Bleu al cargo de su tropa en Indochina, luchando contra los asiáticos a favor de los franceses que dan nombre a su mote.
Esa precisa noche se encontraba allÃ, iba a ser la última batalla y debÃa alentar a sus hombres pues morir siempre es fácil, en una situación asà matar también es sencillo, pero has de enmarcarlo, de buscarle un sentido, de caer con honor y hacer ver que no combates por nada, al contrario: eres un héroe y un patriota.
Estaba acurrucado en su tienda, con los ojos cerrados adivinando qué era lo mejor que podÃa decir, concluyó que su propia experiencia, abultada con los años, podrÃa inspirar a los jóvenes que levantarÃan armas y harÃan todo lo que dijese. Más aún al ser apenas un puñado de siete hombres los ingleses que le acompañan, una familia más que un pequeño pelotón de valientes. Si tras la batalla cantan victoria y no son aniquilados podrán seguir adelante y reunirse con los franceses para conseguir una ayuda. Y asà fue como Martin lo recogió en su obra Balada de la sal:
«Soldados, puede que sea nuestra última noche juntos. Llevamos meses en el mismo barco y lamentablemente hemos visto caer a varios amigos y compañeros nuestros.
Soldados, he de deciros que en estos meses habéis tenido un comportamiento ejemplar y ha sido un honor llegar con vosotros hasta aquÃ. Pero hay un paso más, porque siempre hay un paso más.
Soldados, amigos, ¿sabéis lo que ocurrió en Perú?, ¿en Siberia? ¿Conocéis cómo escapé de Kununurra? No, no sabéis nada de mÃ. No sabéis ni mi nombre, ni si tengo familia o me espera alguien en casa, ni siquiera podéis decir si tengo hogar. Sólo mi rango y un color, soldados. Y no os ha hecho falta más.
Soldados apelo a vuestra fe en mÃ, ya me lo habéis demostrado en más ocasiones. ¿Por qué luchamos? Por vivir, por hegemonÃa, por nuestros amigos franceses, ¡por Inglaterra! ¡Y que Dios salve a la Reina y la acoja en su gloria!
Soldados, esta noche daremos todos ese gran paso, la coronación, la heroicidad. Nos encumbraremos si dejamos de llorar, ¡porque somos hombres británicos y moriremos como tal!
Que este cálido desierto verde será quien nos vea perecer en la magnÃfica tarea de ser los valientes que viajaban a Hanói. Limpiad de vuestras mentes la falta de ayuda, centrad vuestros fusiles en sus almas y olvidaos de la piedad, pues aquà no la conocen.
No vendrán nunca a rescatarnos. No vendrán a buscarnos. No vendrán. No estamos a más de tres horas del cielo, pese a que nos rodea semejante infierno gris. Añorad a vuestras esposas, recordad el pelo de vuestros hijos y la comida en el hogar. Mataréis por esa memoria, ese imborrable recuerdo familiar. La gente se enterará de que estuvimos solos, rozamos la gloria. Moriremos con honor. Por la Reina, por Inglaterra, por nosotros por vuestros hijos. Por un teniente que no jugarÃa si no supiese perder y que hoy vuelve a vestir de azul.»
Visto en: Rel #3.
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