Volvamos a tomar esto como un recóndito y placentero refugio personal, como una cala en la costa gerundense a la que sólo puedes acceder nadando (si eres fuerte) o en kayak (si eres yo). Ah, algo muy apropiado para combatir la sequedad del ambiente y el incesante calor. Lo llevo muy mal, imagino que lo habré comentado un buen puñado de veces. No deja de ser cierto.
Por diversas cuestiones de la vida, todas ellas atribuibles a mi perturbación mental, crónica, he desarrollado una extraña obsesión, un matiz enfermizo más propio de dementes encerrados en oscuros castillos reformados como sanatorios mentales de habitaciones acolchadas que de una persona con un mÃnimo de personalidad. ¿Qué le voy a hacer? Mi psicólogo dice que si lo digo muy fuerte y aprieto los puños, es probable que se cumpla. Mi psiquiatra dice que no, y que me tome esa pÃldora antes de… Mierda. Luego, si eso. El tema, basta ya de rodeos absurdos (que me chiflan) es que tengo una misteriosa (y ciertamente inútil) habilidad que me permite recordar qué ropa llevaba puesta en los que considero los momentos más importantes de mi vida. Digamos, desde los 15 hasta hoy, hasta los 23 y algo.
Tengo poquÃsimo olfato (hay quien me dice que ya puedo empezar a fumar, porque no puedo perder más ese sentido), un oÃdo aceptable y una vista realmente buena que, lamentablemente, me esfuerzo en machacar diariamente. Asà que supongo que, a golpe de verme desde fuera en esas situaciones, digamos cumbre, de mi vida, me he terminado quedando con qué camisa o camiseta o qué pantalones llevaba. Y hasta el calzado en algún caso concreto. Hablo de cuando aprobé el práctico de coche, la primera vez que firmé un contrato «de mayor», el dÃa en que quedé con aquella chica de quien andaba detrás durante tanto tiempo y que terminó dándome un beso o de la primera vez que fo… Ups, casi lo digo. ¿SÃ, queréis que lo diga? Putos morbosos. Cómo os envidio en estos momentos, ahà todos, desde la barrera, sin exponerse a nada. Está bien, y la primera vez que formé una banda de rock en un garage.
DecÃa antes que esto me parece algo inútil debido a que, bueno, sÃ, nunca está de más saber que llevaba una camiseta granate con el dibujo de un robot el dÃa que me ficharon por primera vez en una empresa. O que, curiosamente, la entrevista que me hizo entrar en la oficina (magnÃfica, ya os contaré) donde trabajo ahora, la realicé con esa misma camiseta porque recordaba perfectamente la vestimenta que llevaba aquella última semana de abril de 2010. Lo realmente útil es acordarse, además, de la ropa de los demás. Del vestido de la recepcionista que se recogÃa el pelo con un lápiz, el patrón de la corbata del primero que se presenta, los dibujos de los calcetines de ese otro que te estrechó la mano, los tonos de los cuadros de la camisa del tatuador con miedo a las agujas que aparcaba siempre su Softail cerca del ClÃnico de Valladolid o cada uno de los escasos complementos que adornaban aquél jersey de lana gris dispuesto a atronar bafles, o eso ponÃa en el mensaje escrito en negro. Cubierto con un ligero abrigo verde, aunque luego se taparÃa con mi cazadora de cuero marrón. Apoyada en un VW Golf. Esos son los putos detalles que realmente molan. No abrir el armario y ver la americana con la que saliste de fiesta (informal) la noche que te cruzaste con Ignatius y que ni siquiera podÃa saludar por ir borracho. No. Lo divertido (y a ratos jodido) es cruzarte con una persona a la salida del banco, en una tienda, sentada en una terraza, en el transporte público o que aparece de fondo en un plano del telediario y que parece llevar esa chaqueta negra que tuviste que cargar durante un par de eternos kilómetros, escaparate tras escaparate, o esos zapatos de ante verde que recuerdas haber descalzado con cariño.
Visto en: ElGeko800/Inditex.
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