El hormigón armado se vuelve plastilina cuando lo comparas con la dureza de un «no». Entristeces, te da rabia, estás de malas, piensas una y otra vez qué has hecho mal… Y si al final te ves fuerte vuelves a intentarlo y si sigues mi guión volverás a casa con la misma negativa. Y al final te toca aceptarlo todo y estar orgulloso de ello, de no quedarte en un rincón dando vueltas a la cabeza con lo que idÃlicamente pudo haber sido.
Lo comentaba anoche con matallo, llega un punto en que más te vale aceptarlo todo. Por ti y por la otra persona. Ese momento en que te rindes y deseas que pese a que no te ha elegido a ti se haya quedado con alguien que la trate tan bien como lo hubieras hecho tú (puede que no haya elegido a ninguno, que también es frecuente, pero si alguna vez lo hace que asà sea).
El momento de mirar con mala cara a todos los que te dicen una y otra vez «no te merecÃa», «es tonta», «no sabe lo que se pierde» o «disculpe, ¿para llegar a la Base Espacial?». Porque se puede reducir a algo tan sencillo como que no cree que valiese la pena intentar nada o no veÃa que fuese a funcionar, sin desmerecer a ninguna de las dos partes. Comprenderlo es complejo pero no necesario, aceptarlo es imprescindible. Simplemente confiar en su juicio y esperar a que cuando lo crea necesario no deje que un subnormal le coma los morros. Y ya está.
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