Ayer por la noche me vi involucrado en un robo y terminé con una chica desnuda entre las piernas mientras me interrogaba un policÃa. ¿A que suena genial? Si ayer por la noche quisiera decir un sábado por la noche pues hasta se le puede encontrar sentido, pero no, sólo era un paseo nocturno más que tomó unos derroteros divertidos, eróticos, delictivos y, ante todo, absurdos.
Veréis. Sentaos niños, sentaos en corro y escuchad a vuestro tito Geko su hilarante historia, que las cuenta muy bien y hace todos esos gestos tan descriptivos con las manos. AsÃ, muy bien.
Salà de casa con la perrita a eso de las diez y media o algo más tarde como casi a diario. Siguiendo mi ruta habitual apareció un hombre, de unos cuarentaicinco o cincuenta años, alertándome de que habÃan entrado unos chavales a una piscina comunitaria en unos adosados cercanos, y que por favor fuese por un lado del recinto obervando le perÃmetro porque no era la primera vez que robaban, él irÃa por el otro y ya habÃa avisado a la policÃa. A mà me sonó raro, pensé que querÃa tomarme el pelo o algo asÃ. Como el camino que ya tenÃa marcado coincidÃa con el que él me indicaba dejé llevarme lo justo por la curiosidad y continué.
La piscina en cuestión está pegada a un parque municipal, con sus paseos, su farolas naranjas, sus bancos y su campo de fútbol de arena. Me introduje un poco y a los pocos metros se me cruza un chico, no sé cuántos años tendrÃa, calculo que cerca de catorce, lo que viene siendo un Juanki, vamos. Y el chaval iba corriendo, pero no corriendo como quien hace deporte, ni tampoco como quien va a llegar tarde a casa o va a perder el bus, no, estaba corriendo mirando hacia a atrás y a toda la velocidad que podÃa. Al ver que estaba huyendo como si alguien le hubiese amenazado con perforarle el ano con el transformador de una XBOX 360 ya me preocupé. Hice callar a Coltrane (Ellington le imitó) y guardé el reproductor de música en la bandolera. Recojo algo de cuerda de la correa de mi compañera y aprieto el puño derecho por lo que me pueda encontrar. Me dirigà a la zona de donde habÃa salido el joven atleta, mi perra tirando hacia allá como si hubiese notado algo. Eran unos arbustos enormes pegados al muro del terreno la piscina.
Llegué y me encuentro una pareja. Dos mozos silenciosos y sudando, él y ella, jovencitos, más o menos diecisiete años, probablemente la chica fuese algo mayor. Él en el suelo, tumbado, con los pantalones en las rodillas. Ella sobre él, sólo con calcetines. Aquà se dio una situación similar al final de El Bueno, el Feo y el Malo en el que los tres nos mirábamos entre sÃ, sin decir nada. Bueno, los cuatro, porque él miraba los pechos de la chica y yo, sin darme cuenta realmente, también (ya habÃan dejado de botar). El amante me miró con cara de «Deja de mirar las tetas de mi novia», ella con la de «¿A que te gustan?», yo con la de «Lo siento tÃo, es involuntario. Y sÃ, no están nada mal». Ellas me miraban con la de «Hola, yo soy la teta izquierda. Y yo la derecha, encatada». Nadie dijo nada, mi perra bostezó. Yo no pintaba nada allà y seguramente el niño de antes habrÃa visto algo de eso y le habÃan ladrado algo estos dos. A mà no me hablaron. No habÃan pasado más de cuatro segundos desde que les pillé.
Cuando iba a disculparme por cortarles el rollo vi cómo por encima del muro comienza a salir una tumbona blanca de plástico blanco. Iba saliendo más y más y ellos se dieron cuenta, si caÃa sobre alguno de ellos les podrÃa hacer bastante daño. La tumbona ya estaba con medio cuerpo fuera y quien quiera que estuviese del otro lado de la pared, que tendrÃa unos tres metros y pico de alto, la iba a soltar de un momento a otro. Ya.
Por puro instinto me apresuré a sujetarla y eso me obligó a acercarme más al muro. Como consecuencia la cara de la chica -que continuaba sompletamente en bolas a excepción de los pies- quedó a la altura de mi entrepierna y el tÃo seguÃa sin decir nada. Todo era todavÃa más abstracto y yo sólo tenÃa una mano libre para sujetar un mueble que pesa una barbaridad. Las piernas abiertas con estos dos debajo, la mano izquierda separada del cuerpo sin soltar la correa de la perra, el brazo derecho haciendo un esfuerzo bestial para no dejar caer eso encima de nadie.
Me giré. Llegan dos hombres, uno era el personaje inicial que me avisó de que intentaban robar y el otro un policÃa municipal.
El hombre mira a la chica y suelta: «Hija ¿Pero tú no estabas estudiando en casa? ¿Y eso que es, una caja de cigarrillos?» ¡Era el padre de la chavala! Aquà ya me quedo con cara de acelga, de Calamardo más bien. No sé qué clase de padre se preocupa antes de si su hija fuma pitillos o no antes de que pase el tiempo de folleteo en parques públicos. La chica ni mu, cogió su blusa y se la colocó por encima. Mi brazo ya casi no podÃa más.
El policÃa me mira, «¿Y usted qué está haciendo ahà en medio?». Vamos a ver, ya sé que no nos llevamos muy bien, pero si ve que estoy vestido, que tengo a un perro al lado y que estoy dejándome la vida para que no caiga la puta butaca enorme de plástico encima de estos dos -que a poco se lo estaban pasando mejor que yo-, creo que todos nos podemos hacer una idea.
«¿De dónde ha sacado eso? ¿Lo está robando?» me preguntó. Yo, con la cara más inocente que pude poner le contesté simplemente, «Lo acaban de soltar desde el otro lado, sólo lo sujeto para que no caiga encima de… nadie». Y es que lógicamente, yo, sin comerlo ni beberlo, era el sospechoso principal, con las manos en la masa me habÃan pillado. Bueno, con las manos en la masa nos pillaron a los tres.
Afortunadamente ambos hombretones tuvieron el detalle de acercarse a por la tumbona en cuestión y el munipa sacó un bloc de notas y me preguntó el nombre. El otro hombre, el papá de la chica de tetas saludadoras, le explicó que habÃa sido él quien me pidió que echase un ojo. El poli guarda todo el material y me ordena que me pire y deje eso ahÃ. Pues con mucho gusto, oiga.
Di permiso a John y a Duke para que continuen con el recital mientras observaba de lejos el panorama, habÃan ido a la puerta principal de la piscina, ¡y la parejita se habÃa quedado follando! Que vale, no es agradable quedarse a medio polvo. Sin pudor.
Visto en: «Hola pechamen, encantado».
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