El Hijo de la Luna disfrutó de las ayudas estatales que le fueron concedidas cuando su madre firmó aquello hasta finalizar su carrera como realizador audiovisual. Fue en ese momento cuando se enamoró por primera vez, y es que pese a las oportunidades que te brinda ser el centro de atención en los actos públicos, nunca se sitió atraÃdo por los asuntos sentimentales. La joven también vivÃa en comunión con el espacio, estaba acabando astrofÃsica. Preparaba su tesis doctoral y todavÃa no sabÃa en qué basarla. El antes arrogante niño selenita se ofreció a contarle cómo era ser un humano diferente, venido del exterior. Del feliz comienzo y las atenciones al feliz final en el que nadie se apresura a señalarte con el dedo y decir, «¿No es este el Hijo de la Luna?».
Ella dedujo que, ciertamente, alguien que vivÃa en persona una historia de ciencia ficción podrÃa ser mejor temática que vagas teorÃas y elucubraciones estelares que se le pudiesen ocurrir una madrugada entre copas. Y aceptó.
Comenzó a narrar su vida, con detalles y sonrisas, colocando cada coma para que ella decidiera qué valÃa y lo que no, le mostró cada momento de la vida humana dentro de la humanidad sin sentirse realmente un vecino de la Tierra, un cosmopolita más, simplemente con la mente perennemente puesta en lo que él creyó que era su lejano hogar. Se sucedieron noches de entrevistas, arrumacos y caricias, ambos vieron las estrellas. La chica, que guardó todo, creyó estar más que preparada para ponerse a editar todo el material recaudado tras noches de cenas y abrazos.
El dÃa de la presentación se encontraba más que enferma, tremendamente nerviosa y notó como cada par de ojos, acompañados de levÃsimas sonrisas, desde un tribunal tenÃan ganas de observar su ponencia. Observaron cada gesto, analizaron cada frase y pensaron que no era cierto que el chico de quien hablaba era el mismo que hacÃa años decidieron olvidar. Ernest esperaba fuera, dando vueltas por la sala, discutiendo con la encargada de secretarÃa ya que su impaciencia le obligaba a preguntar cada minuto si tanto tiempo era normal. En la mesa que dictaba una sentencia a años de carrera se preguntaron qué astrofÃsica serÃa sin mostrar fórmula alguna ni teorizar un solo momento sobre la expansión de universo y las consecuencias de Big Bang. La chica seguÃa con su ensayo, haciéndoles comprender los peligros de estos juegos espaciales donde envÃan a una persona esperando que vuelvan dos. De cómo un experimento, exitoso como pocos, consiguió hacer que una madre perdiera a un hijo que querÃa y de cómo el pobre niño pasó a ser entretenimiento mundial aderezado con chismorreos y chistes sobre su triste parecido con Alf.
6 respuestas a «El humano selenita»
Interesante, me ha recordado a los relatos cortos de Asimov sobre psicologÃa cosmonauta xD Aunque el final un pelÃn flojo…
Y no hay beso ni nadaaa???
Afuuu
La historia, bien molona, como dice Ellohir, muy a lo Asimov. El fallo ha sido querer darle un final, que no era narrable en cinco páginas. Si quieres cinco páginas, lo dejas abierto, si quieres final, te hace falta el doble, para que no parezca que se corta abruptamente y el final va un poco pegado como un pegote. Pero me ha gustado, eh?
Me ha encantado. Un saludo!
A Fi2, y raro que no haya matado a ningún personaje, que es algo muy recurrido por mÃ.
Me gusta mucho el estilo que tienes, pero coincido en que el final es un poco precipitado.