Puede sonar a pastelada pero ya sabéis qué leéis. Creo que he ido lo justo al teatro como para saberlo apreciar, no me apasiona pero en ocasiones me cautiva que haya podido sobrevivir a tantas cosas que, imagino, nacieron con firmes opciones de darle muerte: el cine, la radio, la tele o el más gótico y violento de los rocks. Mis padres son aficionados y hasta eran abonados del Teatro Calderón de Valladolid, supongo que es como ser socio de un equipo de fútbol, pero sin pasar frÃo y sin insultar a nadie (que se agradecerÃa).
He tenido una relación curiosa con el teatro y es que siempre me cogÃan para las funciones escolares en primaria, por lo visto depende del comportamiento, si te portas mal no sales, si te portas regular eres un árbol (un árbol que en el escenario dice «¡Soy un árbol!», no sea que su padre, grabando algo que irá a un VHS, no sepa de qué es el disfraz que ha hecho su señora) y si te portas bien y das pocos problemas te ponen en primera fila de combate. Y a mà no me gustaba, ni ser el prota del cuento de navidad (donde hacÃa de abuelo y la chica que me medio gustaba de abuela, me tuvieron que teñir el pelo con un spray) ni de padre de Blancanieves (la madrastra, la esposa de éste, era la misma niña, yo ya no sabÃa si los organizadores lo hacÃan por algún motivo oculto). Le cogà asco al teatro. No me gustaba ensayar. Ni aprenderme las frasecillas estúpidas. Pero no hace falta decirlo, era mejor que clase.
Unos pocos años después salà de extra en un cortometraje que nunca he visto y que la IMDb (cuya B ponen en minúscula) decÃa que esta bastante malo, salÃa un chaval del Club Megatrix que ni recuerdo y una parte se rodó en mi colegio. Paren, a primera, otra. Una experiencia aburrida.
Lo que propongo estoy seguro que ya existe, puro teatro amateur, salir del trabajo en una ciudad de adopción (importante, que no dejes colgados a tus colegas o tu familia por subirte a un escenario) y hagas un rato el pelele, sin vergüenza ninguna, conjunto a otras personas que saben que dan el mismo repelús que tú con esos disfraces a medias y esa voz que apenas sirve para gritar las comandas de una hamburgueserÃa sucia. SÃ, quitarte los miedos, coger un guión, ponerte en la equis marcada con cinta aislante en el suelo mientras sudas por la luz del foco (que lleva y sostiene un compañero tuyo) y gritar.
Me imagino que esto debe ser muy tÃpico en grandes ciudades con muchÃsima trayectoria teatral detrás, leáse Nueva York, Londres o Huesca. «Hola, soy nuevo y querÃa apuntarme al grupo de teatro». Pum, kilo y medio de folios: Hamlet, Romeo y Julieta, tonterÃa infumable de Tenesse Williams que conocemos por Los Simpson y, por encima de todas ellas, mi favorita, la única obra que lees, escuchas o ves y sabes que quieres interpretar: West Side Story.
No sé si habéis visto Cats, para los que no, bien, es un muermo, un coñazo con un valor tan inflado que me produce ardores. ¿Los Miserables? Es como cualquiera de las pelis, pero con algo más de musicalidad. ¿Pero Bernstein? Joder, lo clava, no me gustan los musicales, son de niñas, el último que vi, Hoy no me puedo levantar, me gustó pero es que se lo puse fácil. Ahora, ¿portorriqueños contra criajos en Manhattan? Bueno, puede estar bien, pero asà de primeras… Y no, nunca lo he visto, ¿eh? Pero tengo el disco rayado en Spotify. «The most beautiful sound I’ve ever heard, MarÃa». Maruca. Te cagas. Te cagas doce en una habitación en América. ¿Quién no querrÃa ser Anton? ¿Quién?
Broadway. Esplendor. Pero bajemos de las nubes, no quiero vender hasta la última entrada del Victoria Eugenia, quiero un techo alto y un cassette. Un director descaradamente gay, que fume con filtro, gordo, trasnochado, que se entusiasme y se coloque una boa al cuello mientras nos coloca en nuestro sitio y grita que no: Que no y que no. Un lugar al que ir los martes por la noche, con tus «colegas del teatro» a ensayar y hacer el mono para olvidarte de los putos problemas cotidianos. Una tÃpica memez extrasensorial. Una deliciosa y a ratos ridÃcula memez. No hay un más, un grupo de teatro amateur. Con lo que se tiene que ligar ahÃ. Y hasta con tÃas.
Semanas de ensayos, de memorizar textos, de «Ahora entras tú, ¿y luego quién va? ¿Pero dónde está mi capuchino? Ah, y luego vas tú, monina, que te me escapas. Ais…». Un rato de nervios y hale, a hacer como que nos pegamos mientras the bullets flying. Salir ahÃ, cansarse hasta desfallecer, romperse las cuerdas vocales, desentonar, quedarse satisfecho, darse la vuelta y ver a tus vecinos asiáticos aplaudiendo como unos putos descerebrados. Eso es lo que quiero.
Visto en: OK by me in America.
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