Recordad cuando erais pequeños. De edad, no de estatura, panda de bajitos. Ahora se habla mucho de madurar y tal, y está bien, ojo, pero quiero que volváis con vuestra memoria a la tierna infancia, excepto las amigas de Ribéry, esas mejor que cierren la boca, que igual la tienen llena. Vale, situados. Ahora os cuento. La semana pasada, creo que hace una semana justa, además, tuve que salir corriendo para intentar (y por suerte conseguir) alcanzar un autobús, uno de esos que tanto me chiflan, y por el camino me choqué con un coche que venÃa en dirección contraria (esto es, hacia mÃ) un golpe en el codo del que creo que el conductor ni se enteró. Debido al fulgor de la carrera no le di nada de importancia porque no noté nada. Al dÃa siguiente ya me estaba saliendo la costra o postilla o como lo llaméis en vuestra casa por haberme raspado y, por lo visto, sangrado un poco. No creo ni que deje cicatriz, pero la neurona (que ahora anda más despierta que nunca) ya se puso a trabajar; no tenÃa «una de estas» desde crÃo, y con eso ya tengo para un post. Porque ahora una herida o una cicatriz deja de ser un pequeño incidente para ser el resultado de un accidente o una operación quirúrgica.
Y es que antaño todos éramos más locos. Quiero decir, podÃamos ir a dar patadas a un balón al campo, con la hierba alta que no deja ver bien qué se esconde y con porterÃas oxidadas sin ningún tipo de sujeción donde intentábamos colgarnos. Un escenario que harÃa las delicias de cualquier reportaje barato de televisión (o la Consumer Eroski). Ahora no nos acercarÃamos a tal infierno ni con el equipamiento de un TEDAX. Y no habÃa problema. Y nos arañábamos con cualquier cosa, nos golpeábamos, nos caÃamos… Yo siempre tenÃa alguna herida en las rodillas y codos, nunca era nada grave, cosas como tirarse al suelo en pleno hormigón o deslizarse por una montaña de arena y piedras que alguna obra hubiese dejado descuidada. La época dorada del Betadine. Rara era la vez que mi madre no lo dejaba bien a mano.
Ahora tomar cualquier riesgo de este estilo me parece de niño descerebrado que no se respeta ni a sà mismo, qué hipócrita. No considero que el abandono de la imprudencia sistemática te haga ser un humano más valioso, ni más maduro, de hecho seguro que más de uno (y estoy pensando en la torpe confesa Bea The Lover) asegura que se sigue dando topetazos con todo. La diferencia es que ahora no lo buscamos. No decimos «A ver si somos capaces de saltar eso» aunque sólo sea por no mancharnos la ropa, cuando antaño el despistado de la clase no tenÃa problema alguno en aparecer con sus berretes (preciosa palabra que no quiero que se pierda) de los macarrones con tomate o del Cola-Cao.
Qué blando me he vuelto, leñe.
Visto en: 3-11 años aprox.
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