SÃ, aquà viene uno de esos post de hacerse mayor ya tan desfasados, como todo el asunto de blogs personales, pero bueno, es mi cálido reducto. Y hoy ha sido un dÃa agotador en lo laboral pero motivador en lo personal. Me ha dado por lo ultrasano, de repente, he comprado merluza y me la he cenado. He comprado vainas (judÃas verdes que dicen de Vitoria para abajo) y me he preparado con ellas la comida de mañana. Y hasta he vuelto a correr (las agujetas me harÃan ganar un concurso de baile-robot). La culpa de esto último la tiene uno de los libros que estoy leyendo ahora por las mañanas, y digo uno no por ir de guay (que eso ya lo deberÃais dar por supuesto) sino porque he desarrollado, repentinamente, la habilidad para leer varios libros a la vez, algo que antes ni me hubiera planteado: Uno para el metro, uno para antes de dormir y otro para cuando tenga ratos vacÃos que no sepa con qué rellenar y me dé pereza hacer cualquier otra cosa. El de por la noche es un tomo grandÃsimo, entretenido, curioso y pésimamente traducido al castellano (una auténtica pena), Nueva York de Rutherfurd, que me regalaron hace año y… bueno, ya tocaba. El de los ratos muertos empezó siendo la colección de Corto Maltés (la que venden en cofres) pero ahora mismo es The Language of Mathematics (intenté comenzar Moby Dick, una edición chulÃsima que compré en la FNAC de Callao [PUTO PIJO (sÃ, pero está a dos minutos de mi casa)] en la sección de libros guiris y me costó menos de trece pavetes, pero la he dejado para cuando termine Nueva York). Y, finalmente, el que ha dado pie a este post es un librito realmente pequeñajo, ideal para el transporte público, escrito por nuestro amado Murakami, What I talk about when I talk about running (siete eurillos en la misma sección de la misma tienda) y ni idea de la traducción porque el original está en japonés y no conozco casi nada de ese lenguaje, pero podrÃa hacerme aún más el molón y decir que han patinado con tal cosa o han abusado de tal otra. Pero tampoco hay que malasañear tanto, quiero seguir pareciendo adorable.
Amazon deberÃa pasarme unos céntimos por los enlaces anteriores, ¿verdad? No importa. Murakami habla de sà mismo en una situación concreta: correr. Sus motivaciones, sus aspiraciones a lo largo de las maratones en las que ha participado o la música que prefiere escuchar mientras corre, de cómo cambia la carrera dependiendo del estado de ánimo y otros asuntos personales que han acompañado su vida paralelamente a la escritura y a su afición por las largas distancias y el triatlón. Vamos, el tÃpico libro autobiográfico que le imprimen al tÃpico deportista de élite cuando está a dos telediarios de la retirada, pero expresado desde el punto de vista de un amateur de casi casi sesenta años que empezó a correr a los treinta y pico. Cada dos por tres recurre al tema de las metas personales (constantemente, de hecho) pero tanto de las voluntarias como de las que casi sin darnos cuenta alcanzamos y superamos. Y aquÃ, buenas noches y bienvenidos, es donde comienza el post.
Nuestro primer héroe, creo que para todos los tÃos (con tÃos me refiero a humanos con pilila) es nuestro padre. Después nuestros primos mayores y, finalmente algún profesor. Para las tÃas no lo tengo tan claro, pero imagino que debe ser similar. Hay gente que endiosamos, que nos quedamos boquiabiertos cuando hacen tal o cual cosa, desde dominar un instrumento (algo que no estoy seguro que sea realmente posible, excepto las castañuelas, en serio, parad con eso), competir en carreras de coches para aficionados (y ganar) o cosas mucho más mundanas como arreglar el molesto ruido de un electrodoméstico, la ventanilla del coche o cualquier otro recuerdo de infancia. Mi padre siempre será mi mayor héroe, no sólo porque me gane al ajedrez, sino porque es mi padre. Ya he comentado en más de una ocasión que tengo auténtica fascinación por mis padres y que, pese a haberlo vivido en primera persona, me parece increÃble lo que han hecho y la aparente facilidad con la que nos dan todo a mi hermana y a mÃ. Héroes los dos, naturalmente. Pero, por lo que sea, llega un momento en el que dejas de fascinarte por las habilidades de la gente, de que tampoco es tan difÃcil cocinar bien (y sano) de que aquél compañero de instituto tan atlético corrÃa mucho pero que con esfuerzo no ves tan complicado alcanzar sus marcas (de entonces), que rejugando aquella pantalla no resulta tan difÃcil como la veÃas de enano, que esa persona que parecÃa un auténtico fiera en tu primer curro probablemente ahora sea incapaz de comprender realmente cómo funciona tal o cual cosa.
Todo natural, por supuesto, afortunadamente, a poco que hagas (bien) con tu vida, te pasas el dÃa aprendiendo cosas y absorbiendo información, datos, procedimientos y poniendo lavadoras. Y de repente viene el miedo. Cuando piensas en la gente para la que eres (si la hay) o para la que serás (si la hubiera) un héroe: crÃos que se fascinan porque marcas desde la lÃnea de tres y les explicas cómo funciona un videojuego de verdad, por ejemplo. Luego vienen las decepciones, cuando ese crÃo tenga fuerza y sepa colocar la muñeca o comprenda un simple sistema de fÃsicas à la Box2D o similar. Entonces, en ese momento, llegará la decepción. Y será horrible.
Visto en: Todo aquello de Belle & Sebastian al principio.
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