Autor: ElGekoNegro

  • Los vehículos de los deportistas

    Crac, crac (sonido de nudillos desperezándose). A ver si consigo subir el ritmo de publicación, la hostia. En fin, ¡buenas noches! ¿Cómo va eso? Me alegro, te veo bien, tío, hey, nena, me alegro de que hayas venido al final. Hoy, un tema del que todos hablamos, ¿verdad? Claro que sí, ¿os habéis fijado en los cochazos que se gastan los futbolistas y esta gente, eh? Guau, menudos bólidos. La envidia de todo Galapagar. Ahora, un consejo, en serio, nunca compréis esos coches.

    No pongáis esa cara. Ya sé que la carambola cósmica que se tiene que dar para que podáis si quiera montar en uno de ellos es considerable, pero si se da… No os acerquéis a ellos, ni de coña. Los deportistas no saben de coches, salvo contadísimas excepciones, lo firmo ante notario. Simplemente tienen esos coches porque son «esos coches». Como el crío al que se le llena la boca diciendo que tiene un Mac, no sabe realmente en qué se diferencia de otro ordenador, puro brandname, como el fiestero con pasta que se tira a Paris Hilton (la pobre necesita descansar) aunque no le guste, sólo para aparecer en una foto porque es Paris Hilton. No es serio, tampoco es serio que alguien se compre un Ferrari porque es un Ferrari, mucho menos un Hummer, el no va más del esperpento, la apariencia y la horterada. Me acuerdo cuando Reyes, ese gitanillo payo sin clase ninguna que juega al fútbol y habla demasiado, fichó por un equipo de la Premier League (es como la Liga nacional pero en bien e interesante) y una de las primeras cosas que hizo fue comprar, a toca teja, un par de caballitos rampantes. Dos, pura ostentación. Dos modelos de catálogo del momento, de ir a concesionario y pedir «Aquél y este, para regalo, quillo». Quiero decir, estás a comienzos del siglo XXI, en Inglaterra, te toca la puta lotería y pides un par de Ferraris. Aquí hay alguien que no entiende ni de gustos ni de coches. No voy a mirar fechas pero por aquél entonces estoy seguro de que ya rugía el V12 del magnífico, y para mí sólo superado por el modelo posterior, Aston Martin DB7. ¡Un DB7! ¡Yo me monté en uno! Vale, reconozco que no soy imparcial, adoro los Aston Martin, los clásicos y los de ahora -sobra decir que los de los 80… no-.

    ¡Pero no! De todas las opciones posibles el tío escogió dos Ferrari. Sí, lo verán, se girarán y dirán «Oh, Dios mío, mira, tío, es un Ferrari». Y lo es. «Un Ferrari». Pero es que en todo hay clases, igualmente que el DB7 (en su época el DB5 y ahora el DB9/S/R) estos coches con «el coche». Son los vehículos que representan la punta de la lanza de cada fabricante de coches. En no sé qué episodio de Top Gear, Richard Hammond comentó que la gente que quisiera conducir un Porsche iría ir al concesionario y el vendedor sólo debería preguntar en qué color. ¿Por qué? Porque quién quiere un Cayenne existiendo el 911. ¿Quién? Un deportista. Esta gente pasa olímpicamente de los hitos, y además ahora pasan en grandes Audis familiares, y van solitos. Creen que cualquier coche caro es igual a otro coche caro. ¡Se los regalan! Yo creo que cuando haces un gasto tan espantosa, absurda, grosera y orgullosamente grande, debes buscar con cautela entre toda la historia de la marca, todos los modelos, todas las gamas. Porque una persona que quiere un Ferrari sólo porque es un Ferrari está insultando a los putos genios de la ingeniería que parieron, «el Ferrari». Aquella maravilla bautizada como Ferrari 250 GTO. Esa joya que todos poseemos en nuestros sueños y en nuestros garages… en maqueta de Burago.

    Ferrari 250 GTO

    No hay tanto que buscar. Es el tío del Mach 5 que tanto nos gusta a los que conocemos el anime japonés por encima (el Ford GT original la madre y el hermano del GTO, 250 Testa Rossa, el padre). Pero claro, comprendo, no es normal convertirte de la noche a la mañana en un nuevo rico y al día siguiente comprarte un par de coches caros que palmar millones de euros, libras o dólares por una valiosa parte de la historia del motor, y no una mera pegatina ruidosa. Hay alternativas británicas actuales e italianos de hace medio siglo que nos hacen babear. Esta gente es imbécil.

    Yo he de ser sincero, y antes prefiero un buen coche de 25.000 euros asiático (que con esto te da para comprar la Luna) que poder cambiar cuando me plazca, antes de insultar a cualquier leyenda de la automoción de esta burda manera. Porque si tuviera realmente dinero para adquirir un coche caro iría, como he dicho, a por un Aston Martin (Jaguar XK en su defecto), una Triumph Bonneville T100 y repararía un Mini Cooper clásico, para diario. Tres piezas clave en el desarrollo histórico de esta industria, un respeto a los que se dejan los cuernos en encajar tantas piezas y, sobretodo, a los diseñadores que trazaron cada una de sus curvas en un papel. En el caso de los deportistas añadiría un diccionario. Lo llaman estilo, jodidos nuevos ricos.

    Continúo mi paseo.

    Anda, una viga. Coño, una cuerda. Juraría haber visto qué hacer con esto en una peli de Clint Eastwood.

    Visto en: V12. Ay.

  • Del abaratamiento de la presencia en internet

    Antes decían que para ser alguien en el mundo tu empresa tenía que estar en internet. Con todas las de la leí, «www.griferias-rodriguez-fernandez-e-hijos.es». Con la arroba que daba vueltas enganchada a un mailto que terminaba en @hotmail.com. Nadie sabe muy bien qué ofrecían esas páginas que nunca se actualizaban, a veces ni siquiera contaban con dominio propio. Aquellas webs, realizadas por los sobrinos del gerente (quien tenía la oficina en un garage) y se firmaban como Webmaster Juanito pasaron a mejor vida no hace tanto tiempo.

    Algunos pensarán que esto es normal en caso de las PYMES de provincias, porque puedes comprar un tubo de escape de un Ford a una tienda diminuta de Pennsylvania con un coste de envío considerable pero una tienda de pomos de puertas de por aquí te hace llamarles por teléfono y pasarte por allí con un coste de paciencia considerable. Llamadme raro, pero yo, un tipo que ahora mismo lleva una camita de amplificadores Marshall y unos vaqueros de Springfield que se pondrá una camiseta de Veranoski para dormir, he cambiado más pomos que piezas de coches. Pero no, las grandes marcas estaban igual. De hecho Zara ha estrenado su tienda online ahora, hace unas semanitas.

    Pero, ¿qué pasa con los que no quieren vender, los que siguen buscando únicamente dejar su huellita en la red, los que querían un dominio temporal (como las películas)? Éste último caso siempre me ha gustado por lo tonto que resultaba, cualquier película chorra sobre la que se hablará escasamente la semana de su estreno y la siguiente, sacaban el cartel y ponían debajo, «www.la-gran-pelicula-chorra-del-2005.es». Y entrabas, y había un tráiler (época pre-Youtube), un parrafito que derivará en la sinopsis del reverso de la cajita del DVD y nada más. Hale, un dominio a la basura por no poner «www.nombre-de-la-distribuidora/la-gran-pelicula-chorra-del-2005». Que son unos eurillos que se meten los de márqueting, no por el dominio, sino por el tinglado de mantener eso, el ancho de banda que consumía el vídeo, por ejemplo. Fácilmente podía contar con un presupuesto de un par de miles de euros, sólo para esa chorrada, el .es, .fr, .co.uk…

    Pero entonces la cosa giró y llegó lo social. Y arrasó, y la gitanada de «www.servidor-gratuito.com/webs-cutres/la-empresa-de-mi-tio» pasó a ser la gitanada de «www.facebook.com/adidasoriginals». ¿Y qué pasa? Que Adidas parece molona, que esa URL aparece encima de la web corporativa (oficial) de la marca alemana y ofrece seguramente la misma información más la que añaden los usuarios que la página web propia de la empresa por un coste ridículo. Casi despreciable porque el sueldo del becario que lleva esa web lo paga Adidas más el resto de empresas cuyas páginas de fans y canales de twitters maneja al mismo tiempo durante 12 horas al día. Nada de malgastar ancho de banda con vídeos, de pagar dominios para cada sección, de subir imágenes de 3000 píxeles de ancho que luego se reescalan a machete con los parámetros de la etiqueta img a 350. Todos ganamos, supongo. Está claro que las páginas amarillas desaparecerán para dejar hueco a este nuevo directorio de empresas que trabaja tanto a nivel local como mundial.

    Y ya nadie es cutre. Ya no hay fondos horteras en páginas de Hispavista con publicidad.

    Visto en: Réquiem por un «Community Manager» que conocí el otro día en un foro presencial con Martin Varsavsky, importante que se vuelve uno con los años.

  • ¿Qué se celebra exactamente en un cumpleaños?

    La verdad es que cada vez entro en el panel de administración de WordPress con más añoranza y menos entusiasmo. Pero entro. Supongo es un simple reflejo de mi estado anímico. No ando muy fino, ciertamente. Lo llevo arrastrando un tiempo. Sonrío y ya parece que pasa, pura farsa que cantaban The Killers. Hablando de canciones, esto iba a ser una entrada de lo más simple, titulada «Cua cua» y, en el cuerpo, las primeras estrofas de Animal Bar, «Never 21 when everyone’s a sailor, coming up strong at the Animal Bar, ever loving mug of Mr. Norman Mailer, turn another page at the Animal Bar». Son unas líneas cargadas de simbología desde mi punto de vista. Se acaban los veintiuno, edad con la que ya se te considera mayor de edad en muchos sitios y puedes beber alcohol, en un bar, y Norman Mailer es el escritor del libro al que más referencias he hecho en mi vida -y no he leído nunca- que se titula «Los tipos duros no bailan». Termina con un solo de guitarra de Frusciante, estilo rock progresivo, dulce. Paso página, at the Geko Bar.

    Ya está, dos patitos (en cosa de menos de una hora). Y me van a felicitar, y yo he dicho que me iba a dormir porque no me apetece nada ser el centro de atención por cuestiones de calendario. Y hoy me han preguntado cómo es que no me he suicidado ya. Y creo que iba en serio. Risas y miradas cómplices de cara a la galería. A la puta galería.

    ¿Qué mérito tiene? ¿Qué es lo que hace especial un día tan tonto, donde madrugas, te duchas, coges un bus si un grupo de subnormales sindicalistas no decide intentar romperle las lunas en nombre de la libertad, arrancas el maldito Eclipse y te pegas con el mismo muro desde diferentes ángulos hasta descubrir que la puerta se abre en el otro sentido, prometerte con los dedos cruzados que luego pasas por clase y vuelves a casa? ¿Qué? ¿Una tarta? Ni siquiera me gustan. Porqué he de agradecer que me feliciten no lo sé. Protocolo y concordia, diremos. No me apetece, no es especial. Se celebra el día que nací, es que no lo entiendo, ¿qué tiene eso de especial o misterioso que requiera una puta celebración? Ni zorra. ¿Que he llegado a los 22 si no muero antes de las doce? Sé que no, pero mi pesadez mental no me deja parir más ideas u opciones. Ni siquiera sé porqué nací. En aquél momento mis padres no estaban buscando otra criatura que mantener, ya veis qué celebración. «Eso no tiene nada que ver». No, pero es mi texto. A callar.

    Hablando de padres, tiene sentido que se les felicite a ellos. «Oh, muy bien, habéis tenido y criado a un chico sano y cuerdo -al menos hasta los 22-, felicidades, seguro que no ha sido facil». ¿Pero a mí? ¿He hecho algo? ¿Yo? ¿Por ser mi cumpleaños? ¿Por ver a gente a la que ni intereso fingiendo que me desea lo mejor? No lo pillo.

    En fin, que a no ser que hayas comprado una tele Toshiba, a partir de este precioso y espero que lluvioso día te toca empezar a pagar el trasto. Así me recuerda la gente.

    Cua cua. Sin enlaces ni negritas.

    Visto en: 30 de Septiembre de 1988.

  • www.amamom.co.uk

    Enséñame la lista esa de deseos que ya en nada es tu cumpleaños.

    Mi madre.

    Visto en: Amazon.

  • Cocinar

    Aprovecho que tengo tiempo para dejar de dormir (y algo que escribir) para sumar un post más a esta sucia biblioteca. Ya dije que lo de lavar platos lo llevo bastante bien, sobra decir que, como a todos, me gusta comer, vamos, eso de sentarte y hale, a zampar, pero si seguimos dando marcha atrás a la película y vemos toda la preparación de la comida ya suena la alerta de la pereza. Impresionante que para cocinar cualquier plato haya que hacer tantísimas cosas. Mirar a ver qué hay, qué se puede hacer con ello, qué falta… No, no me gusta. Podría vivir a base de bocatas. Cuando digo esto no me refiero a que sobreviviría gracias a ellos como recursos, sino que no tendría problema en alimentarme únicamente de bocatas aun existiendo otras alternativas. Eso no hace que, encontrarme casi a diario con estas otras variedades culinarias me parezca requetebien y lo agradezca.

    Hay por ahí un libro, y cuando digo «hay por ahí» no me refiero a Amazon sino a «por casa», que se llama algo así como 500 recetas para microondas. No las he contado. Haré un acto de fe más y tiraré para adelante con este absurdo tema, buscad en Google, seguro que aparece. Parece fácil. «Para microondas». Suena como «Arzak for dummies». Resulta tan accesible, ¿verdad? Realmente lo que haces no se parece a lo de la foto en absoluto, como en el McDonalds, la lechuga está desperdigada, el pan aplastado y no hay ningún negro sonriente en la realidad. Es todo un timo. Bueno, sinceramente es mucho más sencillo de lo que parece en un principio, pero por mucho que rebajen el nivel no deja de ser un coñazo, sobretodo, como digo, para una persona acostumbrada a la cocina de supervivencia: pasta, patatas fritas, filetes de ternera a mayores de cualquier cosa preparada de antemano. ¿Alguna chica se anima a tener una cita conmigo después de saber esto? Fuera bromas, cocinando no me manejo, pero con el taladro soy de los mejores. Insertar broma percutora. Todo un encanto. Es una pena porque los muebles de cocina me atraen, es una de esas tonterías que, nada, simplemente andan por ahí escondidas. Como lo de los frigos.

    Belling DB4 dual fuel range cooker

    De verdad que soy desastroso, ahora que paso bastante tiempo solo esta mierda tan perfectamente hundida durante décadas (dos) está aflorando feamente, tanto como que suelo preguntar a la gente de la oficina qué podría hacer con X e Y, a lo Coldplay. Además a saco, «He visto que en el frigo tengo una bandeja de poliestireno expandido con setas, ¿eso cómo se hace?» Y voy y las hago. A mí de esto no me quita ni David el Gnomo, ¿eh? Ahora, que aquello sepa mejor o peor ya es la mar de discutible. Y aquí viene el problema, cuando ves que lo intentas (por encima) y lo que haces está peor que un bocata de chorizo de Pamplona Kiliki, pues paras en seco, tiras de freno de mano y un trompo después vuelves a lo amado y conocido. Así hasta que te aburras y cambias a cualquier otro producto made in Jamón. Sin problemas.

    Miento, hay uno. No tengo tiempo para comer, literalmente, esto de la jornada partida es una jodida porquería, de veras, no aprovechas nada, hora y media para ir a casa, preparar algo, comer y volver dependiendo de los autobuses urbanos, ¿en serio? Es de locos. Cuando la comida está preparada, bien (dentro de un orden), como, discuto amistosamente con mi madre y me cepillo los dientes en algo así como 10 minutos. Flash Gordon me estudia. Así que mi mejor opción es quedarme a comer por el centro, como los ejecutivos, o llevarme un tupper, como Patricia Conde vestida en los anuncios de ensaladas (minúsculas, por cierto), que eso no es de artistas, es más bien de pobretones cursis que rehuyen del papel de albal que cubre la parte inferior de un bocadillo, eso nunca le pasará a un obrero piropeador, aunque he de decir que los albañiles extranjeros (sudamericanos, africanos, rumano-búlgaros) no dicen ni medio «guapa» aunque desfilen los Ángeles de Victoria’s Secret delante de sus jodidas llanas, el ministerio correspondiente debería hacer algo al respecto ya, tanto rollo con la mujer, la mujer, la mujer, y luego se olvidan de lo más básico, no me jodas.

    Debo ser de otra generación, más nueva, más guapa, más preparada que dicen en el telediario, que cuando llegamos a casa nos encontramos en la cocina, embadurnados de harina, con las manos en el teléfono y el número de Telepizza. Ni secretos ni masas. Algún día, lavadora vs secadora. La cruenta lucha final.

    Visto en: Entre fogones.