De pequeño siempre miraba con cierta suspicacia a la gente que está en un bar o en un restaurante comiendo sin compañÃa. Algunos parecÃan clientes habituales por el trato que tenÃan con el camarero, otros se veÃa que habÃan entrado a comer ahà porque llevaban prisa. Posteriormente con la democratización del teléfono móvil y el ordenador portátil (luego iPads y demás cacharros) esta gente aprovechaba su tiempo de la comida para trabajar, leer prensa, pasar de una foto a otro de Facebook anodinamente o caer en uno de esos titulares que desde hace unas semanas parecen llamarse ‘clickbait’, antes, simplemente, listas chorras. Lo más excéntrico para mÃ, aunque ahora me resulte cotidiano, es la imagen de hombre trajeados o mujeres con vestidos que hablan a través de unos auriculares en una mesa para uno.
AsÃ, lo de ver gente alimentándose sin hacer absolutamente nada más fue un cuadro que desaparecÃa paulatinamente del museo de la calle. A mà me da vergüenza ir a cualquier sitio social sin compañÃa, sea a comer, sea a un concierto, cine o a un partido de cualquier deporte. De forma que las cuatro veces que he ido a comer me he acompañado de un libro por la imagen que quiero vender de mà y por la inmediata evasión que proporciona, nada que no se consiga con un teléfono actual, por cierto.
A base de vivir solo y cocinar para mà me he dado cuenta de que he estado haciendo el tonto: No encuentro muchos placeres mejores al de comer y no hacer absolutamente nada más. En el puro sentido de disfruto, en los últimos meses me he esforzado en mejorar mi dieta y en cocinar los platos mejor, consultando recetas diferentes para el mismo producto, intentando descifrar porqué motivo me conviene realmente comer tal o cual cosa (por supuesto, el brócoli sigue vetado en mi alimentación, mi vida y, si tuviese la opción, de la naturaleza). Naturalmente, idiota de mÃ, cuando como en casa suelo comer viendo alguna serie que no me exija mucha atención ni se haga eterna, el equivalente a poner Los Simpson cuando comes en casa de tus padres. Por otro lado, si como en la oficina como con compañeros, de manera que mantienes siempre una conversación que te distrae de lo realmente importante: el paladar.
Es demasiado arisco y extraño que, en un grupo de gente que queda para comer, uno de ellos demuestre su egoÃsmo incomprendido centrándose en lo buena que está la comida. Sà que hay una persona de mi cÃrculo cercano que tiene un punto de vista idéntico en cuanto al placer de comer, menos mal. También hay, por supuesto, gentuza que muestra descaradamente su poco amor por la vida y el disfrute.
El proceso, por lo que he visto en la única cata de vino en la que he participado, es bastante similar a la degustación de esta bebida (que, lo siento, no me gusta, pero me atrae enormemente toda la ingenierÃa que rodea el proceso de fabricación). Requiere un poco de concentración, mÃnima, de verdad, y ¡boom! Ahà están los sabores.
El último ejemplo lo he vivido en esta misma mañana, que al ser domingo toca desayunar. Ha sido algo tan simple como un Cola Cao y unas tostadas con mantequilla (aquà me la ha sudado lo sano, pero es que el séptimo dÃa descansó, y tal). Sin ojear revistas, sin forzar el scroll de Twitter y sin curiosear desde el balcón la vida de los viandantes. HacÃa tiempo que un Cola Cao nunca me hacÃa disfrutar asÃ.
Es una de las cosas más agradecidas que podemos hacer con nuestro cuerpo, y a poco que aprendamos a cocinar, también de las más baratas (siendo otra, por ejemplo, ducharse sin prisa ¡y que tardes lo mismo! o que te apetezca pasear 8km). A esto falta sumar el gozo que produce que otra persona alabe lo que cocinas, pedirle que se concentre en lo que se lleva a la boca (no penséis en penes, hacedme el favor) y que también esa persona se lleve un buen rato aprendiendo a disfrutar de la comida sin ninguna puta distracción. Hacedlo si no lo hacéis, os cambiará la mentalidad por un ratito.
Visto en: Sé que Ratatouille no es la mejor pelÃcula de Pixar, pero sà mi favorita.
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