El sudor ya se escurre por mi frente, llevo cuatro horas jugando y me encuentro en el River de la que puede ser la última jugada, la mano que decidirá si ésta ha sido la noche ganadora. Sólo queda descubrir las cartas.
Comenzamos la aventura a las diez de la noche entre risas, nervios y martinis. 10.000 por jugador y las ciegas no superaban los 100 dólares. De los cinco que empezamos sólo quedamos dos.
A la izquierda de la crupier, una mujer negra a la que la pajarita no le queda especialmente bien llamada Mary Louis y vestida de rojo y verde (los colores del emblema de gala del Caesars Palace) está un hombre ya anciano con coleta, botas altas y una camiseta de Jimmy Hendrix que pudo haber comprado en el propio Woodstock, sus patas de gallo delataban los posibles 70 años del figura; a su verita, una rubiaza al más puro estilo americano, apostarÃa a que recién llegada de Florida, pero las apuestas las dejo para la mesa, con su bronceado natural a base de playa y sol, su pelo rubio artificial y sus pechos que también atienden a ese adjetivo, se adorna el cuerpo con una blusa azul lisa anudadita al ombligo y escotada también hasta ahà con un lazo en el pelo y una minifalda vaquera de un palmo de alto que le obliga a tener siempre cruzadas las piernas. Lo sé bien porque quien se encontraba a su lado, enfrente justo de la crupier, era yo. Me describiré para ustedes esta noche, una camiseta negra de The Who y vaqueros, mis Nike marrones apoyadas en la barra del taburete, justo en el asiento cuelga una cazadora de cuero oscura donde guardo escondida mi fiel 941, la mirada caÃda centrada en las fichas, jugueteo con ellas. De refilón giro mi cabeza a la izquierda, ahà esta un hombre que viste como Bill Gates, mira como Bill Gates, sonrÃe como Bill Gates y jurarÃa que huele como Bill Gates. Lástima que tenga 30 años menos que Bill, me pareció oÃr que le llamaban Fred. Junto a él, el último de nosotros, luce un tatuaje de un As de Picas en la parte interior de la muñeca, con cuatro llamas rodeando el As. Se podrÃa pensar que es bonito, pero si lo vieses, ja, si lo vieses descubrirÃas lo cutre que es, un tatuaje cutre, cutre como él. Con una camisa a cuadros abierta hasta la mitad, una barriga que compite con la de Homer y una calva que también, si no fuese porque en el bolsillo de la camisa está escrito «Big Mike» me hubiese parecido un camionero llamado Manolo.
Y pese a su tatuaje que indicaba saber de qué iba el juego fue el primero en caer, su pareja de cuatros no tuvo nada que hacer contra el trÃo de sietes de nuestro amigo Fred en una jugada donde lo más sabio para éste gran Mike hubiese sido recurrir al Fold directamente en el Turn y salvar los muebles una jugada más, pero se obcecó con jugárselo todo creyéndose ganador.
AsÃ, Freddy se ponÃa en cabeza, la rubia segunda, yo tercero y finalmente el delgado rockero septuagenario.
El abuelo de la mesa espabiló y mientras yo me las ingeniaba para seguir adelante él se le subió a las barbas a Fred y consiguió que aceptase jugarse el resto. Si me preguntáis, pensé que iba de farol y no tendrÃa mucho, pero el cabrón tenÃa un Flush que le daba ganador porque las dobles parejas del doble de Mr. Gates se quedaron en nada. Alucinante, parecÃa haberlo tenido calculado desde el comienzo.
Y ya quedando tres deciden darnos unos minutitos de descanso que aprovecho para acercarme a la barra y pedir una cerveza, rezando para que no fuese una Buddy me entregan una europea, una con nombres y apellidos: una Franziskaner Rubia.
Hablando de rubias, por ahà se acerca la sureña teñida, «Got light?», por supuesto no me importé un Zippo desde Atlanta para callarme en estas situaciones, «Sure, here», le gustó, «Nice one, thanks, -se enciende el piti- I love Zippos, ahm… ya know, see’ya, curly boy». «El chico de los rizos», parece que me conociese, parece simpática además de haber contratado a un cirujano para ser un pibón, por suerte siempre que juega lo hace diciendo la verdad, ya sé que si va en serio es que tiene algo…
Vaya, a aquella sà la conozco, también rubia como Kurt, más bajita que la anterior pero sonriente. No hablamos desde hace mucho, es curioso porque pensé que nunca más podrÃa tener oportunidad de preguntarle cómo le va. Lo curioso ha sido que ella ha preguntado primero, me ha pillado desarmado y la pistola está en la chupa. Hemos hablado, ha sido raro. Con una extraña sensación me dirijo a la mesa tarareando aquello de: Se siente, ahora juego de suplente, que el que siente no presiente, y de tanto que sentÃa… Que estoy triste vida mÃa.
Entristecido y sentado. Asà sigo ahora mismo. Ya vuelvo al presente en la partida, sólo quedamos dos que somos el anciano y yo. Dos caras que son un poema. Ninguno, ninguno lleva gafas, nos miramos los jetos y sabemos que pase lo que pase los dos habremos perdido. Complaciente, espera mi respuesta. No sé si está impaciente porque le haga lo que a la chiquilla escotada, o aún le queda alguna sorpresa con la que mandarme a casa y hacerse con mi botÃn.
Tenemos muchos miles de dólares en fichas, una noche por delante y un pasado que olvidar. ya dije, están todas las cartas en la mesa ya es el River y no sé si llevo agua, pero suena.
En mi mano, las dos cartas que pueden hacerme sonreÃr o las dos cartas que pueden hacerle más rico. Todo se reduce a eso, una historia de dinero, tan ruin y tan simple, tan rápido y… tan simple. ¿Rápido?
No.
Ésta va a ser mi última bala, en la Jericho sólo tengo una bala. La Bala. Y el arma de fabricación israelà lo sabe, y la munición también. La bala, la bala está nerviosa, quiere ser disparada. Pero algo falla, en algo he fallado, ésto no iba asÃ.
Ésta bala tenÃa dueño, ésta bala ya sabÃa con qué sangre juntarse, sabÃa la herida que tenÃa que abrir, el cráneo que habÃa de perforar y, ¿por qué no?, también el momento. Ésta bala tenÃa nombre, ésta iba a ser su bala, no importaba cuándo, pero estaba sentenciada a reventarle la cabeza.
El destino del pequeño trozo de metralla que habita en la recámara de mi fiel amiga ha cambiado, cambia su rumbo, dirección y sentido. Y no sólo el sentido sino que también el motivo. Ahora, ¿ahora qué hago con ella? Sólo hay dos objetivos y uno no tiene cabida. La Bala. La bala tenÃa nombre, la bala tenÃa su nombre y un futuro en su entrecejo. Maldita sea una noche de póquer. Porque hoy todos tejanos pero sin la suerte de la mano a ver qué hago.
No me jodas; la bala, el arma, el mechero, el cuero, The Who y los monjes franciscanos han perdido todo el sentido, ni derroche adolescente, ni escaleras al cielo, ni comparar a chicas con arcoiris ni el sonido de máquinas registradoras de Money. No es una noche de Rock&Roll. Es una noche para morir.
A una palabra del Show Down y habiendo pasado con valentÃa el Flop y el Turn me insisten, que si me acobardo o saco la raza, chulerÃa o garra, que con que diga I’m in, Call o Check me lanzo a la piscina. Ahora, ahora puedo dispararme, a un pie a la sien o al corazón, aunque éste ya no sentÃa. Ahà irÃa mi última bala.
Y tengo boca abajo mi pareja, mi pareja ganadora de dos ases convergentes que se unen en mis dedos. Qué mano. En la mesa descubiertas: 7♣, A♥, 3♦, J♦ y Jâ™ . Y entonces, llevo un bonito Full, me monto un trÃo de Ases con pareja de Jacks, poseo la jugada ganadora, sin posibilidad de escalera esta mano es victoriosa. Rezo para que mi amigo de ojos claros y brazos blandengues no lleve un par de Js y me hunda más en la miseria con un Four of a kind en esta tierra llamado Poker. En tal caso, ésa serÃa mi bala, la bala con mi sangre, con mi nombre y mi cerebro estampado en el terciopelo del tapete.
Todos me miran nerviosos, balbuceo algo incoherente, ¿qué ha dicho? se pregunta la rubita mientras busco serenidad en mi vida y pongo en orden las ideas, lo tengo, si palmo no habrá pasado más que una noche en Las Vegas y habrá sido legendario. All-in.
Descubro mi pareja que hace trÃo, y miro, con miedo y lentitud a ver qué guarda bajo sus manos mi compañero. SonrÃe, deja ver una carta y efectivamente es un Jack. Dios mÃo, no me pidas que sonrÃa. Agarro el mango de mi amiga y acaricio su gatillo. Aún me da tiempo a pensar en cómo llegué allà y porqué ahora, aspirando el aire, soy capaz de captar todos los aromas, la colonia de Freddy, el sudor de Big Mike, el perfume de la jugadora fumadora y un olor familiar a Nenuco… escucho, mi corazón que vibra, sabe que es un órdago a vida o muerte y que no ganaba nada. PerdÃa, y de tanto que perdÃa…
Coloca una esquina de la maldita jota bajo la otra carta y de un golpe de muñeca voltea la incógnita, destella, su carta es un simple cuatro de trébol que devuelve el sonido a mis oÃdos y la vida en blanco y negro desaparece por momentos. Hoy tengo un millón de dólares en fichas, una suite de lujo, birra y a nadie, nadie que me dé la enhorabuena, que me diga «bien jugado» mientras permito que acaricie la mano con la que arrancaré el Camaro SS que me está esperando.
Visto en: Incauta miopÃa.
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