Me gustarÃa haber hecho una de esas estúpidas, pero graciosas, bromas que se ha trabajado la gente como mandaba la fecha. No ha sido asà por una sencilla razón, desde Nochebuena (que estuvieron mis abuelos en casa y son aficionados a sobrealimentar a las mascotas) Mus, mi perra, vomitaba y se encontraba mal, cansada, triste. Y eso nos daba pena, parecÃa que remontaba, hasta hoy que ha vuelto a empeorar. Con la alarma creada a causa de la situación del animal me presenté en el veterinario con mis padres.
Unas preguntas, indagaciones, exploraciones… En un momento dado mis padres me dejaron sólo con el doctor y su ayudante, una joven que era la reencarnación de Heidi cumplidos los 20, con coletas infinitas al más puro estilo tirolés.
En este preciso instante, con mis padres a un par de kilómetros recogiendo no recuerdo qué, me pidieron que pusiese a la perra en la mesa de rayos. La coloqué, el perro temblaba y como es lógico, desconfiaba de un hombre que le habÃa metido un termómetro por el recto.
Con el animal en posición, bajo la fuente de rayos, me colocan unas manoplas y una bata azul que me resta bastante movilidad. Una vez vestido desalojan la sala y me quedo completamente sólo, con un panorama desolador. Creo que verme rodeado de instrumentos que recuerdan a la máquina que hace «pi» de la pelÃcula Monty Python y el sentido de la vida es de lo más triste, tétrico y siniestro que me ha sucedido jamás. No le recomiendo a nadie tener entre sus manos , sujeta con fuerza la vida de otro, inmovilizado y a la espera de órdenes, sabiendo que mañana tendrá que volver para un nuevo análisis.
Visto en: ClÃnica veterinaria.