A diferencia del carnet de coche, y feliz año nuevo a vosotros también, que parece una imposición lógica por parte de la sociedad y una fecha a enmarcar en la vida de todos (como tu primer beso, tu boda, tu primer polvo, la muerte de un ser querido, el nacimiento de alguien etc, etcétera, et cÅ“tera, & y otros etceterÃsmos) el carnet de moto es algo a lo que uno se apunta por capricho, salvando el caso de los aspirantes a maderos que lo hacen para tachar una casilla requerida en una oposición. Esto es jodido de entender en un momento en el que, sobretodo a la gente joven, nos viene mal lo de gastarnos los cuartos: o mi percepción de la realidad me engaña o hace unos 7 o 10 años la cantidad de chavalitos en ciclomotores y motocicletas de plastiquete era mucho, mucho más llamativa, por su vistosidad cutrilla y por su sonido exagerado. Pero sÃ, capricho. Pues al fin y al cabo hay que seguir dando salida al estocaje de nuevos iPhones y nuevos Galaxies (probablemente ‘Galaxys’) que es el único teléfono que la gente que lo compra decididamente y no por promoción o descarte, lo compra por despecho y aún no consigo que me entre en la cabeza, lo cual es comprensible porque, primero, no te permitirán actualizarlo de manera que su vida útil comienza con una sentencia de muerte y, segundo, los hacen exageradamente grandes.
Soy un caprichitos y, perdonad que no me haya molestado en buscarlo, pero imagino que todos sabéis que hace exactamente un año me apunté en una autoescuela para sacarme el carnet A2, y tengo miedo de que cuando publique esto el carnet no se llame asÃ. Con todo el ajetreo de mudanza, cambio de vida, prima de riesgo y robots en Marte lo fui dejando durante mucho tiempo. AllÃ, en Valladolid, aprobé milagrosamente y a la primera el teórico (pues me limité a hacer un puñado de tests la noche anterior) y comencé con las prácticas hasta que empezó a hacer bueno y me vine a Madrid. Después de un jaleo de papeles, cuando dejó de hacer bueno en Madrid conseguà homologar todo (las tasas y el examen, realmente) y apuntarme a la autoescuela que está más cerca de la Mansión Wayne de Provincias según Google Maps. Fui a dos prácticas, me repateaba que tuviese una hora de metro por trayecto para llegar al circuito y me dejé convencer por mi comodidad alegando que ya en noviembre tampoco era plan ponerse a ver si lo sacamos o no, que como capricho que es, prisa no hay ninguna. Me voy dejando de rollos y os planto el tema directamente. Ahora que tengo los ahorrillos para poder gastar en una moto (de segunda mano y apta para ser destrozada con cierta alegrÃa) sin rezar a todo el santoral cristiano y a las deidades hindúes porque no haya ningún movimiento extraño en el curro, me ha dado por volver a pedir prácticas y quitarme de encima este asunto en cuanto pueda).
Curiosamente, lo que más me pone nervioso del asuntillo es el tipo de gente que va a prácticas de moto conmigo. Y es otra de las diferencias con el tema del coche, nadie está en la obligación de conducir motos (vale, coches, tampoco, pero me entendéis) por lo que la gente que viene a estas historias son personas que realmente quieren estar en estas historias. Y se alejan, por mucho, de la clase de gente con la que a mà me gusta hablar de motos (que es un tema recurrentemente cani, y jode). Encontramos desde crÃos, seguramente mayores que yo, la verdad, de los de camiseta interior blanca de tirantes y casco propio abierto que, por mucho que me joda, hace mil virguerÃas con la puta moto y te deja a ti y a tu precaución a la altura del betún. Pensaréis que no pasa nada porque es la clase de persona que termina abriéndose en dos contra un guarda-raÃl en cuanto te despistas en la carretera. Y lo peor es que no, para nada, pues, al final, lo que cuenta en el examen aparte de la habilidad en parado es cómo manejas el vehÃculo cuando vas acojonantemente rápido. Pero acojonante de acojonar, de peligroso (es la parte que peor me sale). Los propios profesores no hacen otra cosa que animar a todas las personas a ‘dar gas’ sin miedo en la parte rápida y a frenar con brusquedad al final del acelerón. Hay que reconocer que estas movidas de ruido y humo repentino son divertimento de manual para «los fitis», pero para mà y para un reducidÃsimo grupo de personas más no.
Todo esto es algo que se nota cuando hablas de la moto que te gustarÃa querer (ya que, a diferencia del coche, de nuevo, no quieres ‘un coche’, sino que aquà ya sueñas con el modelo concreto o incluso el preparador al que le solicitarás tal o cual retoque). Mi concepto del motociclismo se aleja mucho de las carreras de grandes premios, o Grandes Premios, como se escriba, aunque se me escapa una sonrisilla con esa imagen clásica de competiciones que culminan con un podio a pie de pista y un señor sudoroso con gorra y bigote arropado por otros dos cafres que también se han jugado la vida, y que lleva en su cuello una corona de flores. Ya sabéis, aquellas épocas donde la competición en sà era tan peligrosa que nadie se planteaba en absoluto el ridÃculo daño en comparación que podÃan hacer las tabacaleras anunciándose. Motociclismo de viajes épicos entre continentes perpetrados por pilotos con una escasÃsima preparación y un presupuesto nulo que apenas tienen ilusión y una llave inglesa con la que intentar reparar todos los pequeños trances que les surjan. Glamour dentro de la suciedad de la grasa, sin telemetrÃas ni morirse de ganas de ‘tocar rodilla’ en cada curva. Motociclismo de manta enrollada en el macuto. Puro disfrute a marcha relajada en una compañÃa reducida al máximo. Y, la verdad, pensaba que en este mundillo (dentro de él) encontrarÃa gente asÃ, interesada por cosas asà y no sólo en si Yamaha ha sacado ‘una mil nueva’.
Y como por este pianobar cada vez pasa menos gente, aprovecho para lanzar mis inquietudes al aire, más pronto que tarde, y saber si, ya que estamos y hoy me toca escribir, alguno de los pocos pero exquisitos lectores apoltronados que se dejan ver al fondo se animarÃa, en el futuro, a una excursioncita similar. Ya me decÃs.
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