Niños, el verano de 2012 fue un verano algo raro para vuestro padre. No llevaba mucho tiempo en Madrid y su cabeza seguÃa inquieta, intentando ubicarse, preguntándose qué es lo que realmente querÃa. Y a lo largo de ese caluroso agosto tuvo la idea de releer todo el material que ya habÃa publicado. Tal cual. Yo, que nunca he sido un tÃo de crear ni mantener borradores, me encontré hace mes y algo con media docena de tÃtulos de post con su correspondiente parrafito introductorio. Sin nada más. Y me pregunté qué me pasaba y qué me habÃa hecho desplazarme a otros métodos de comunicación más directa, rápida (inmediata, de hecho) y tan estéticamente pobre como puede ser Facebook, Instagram o Twitter. Ha sido fácil de calcular, todo esto viene desde el momento en que empecé a utilizar un teléfono con tarifa de datos que me permite desarrollar ciertos temas on the fly sin la aparente pesadez de sentarte a pensar qué quieres escribir. En resumen, todo apuntaba a que no escribÃa nada decente desde agosto de 2010 (dos años, hijos).
Es cierto que ha habido un movimiento similar al que he llevado yo acabo por parte de todas las personas que me animaban a seguir escribiendo al menos tres veces por semana (algo que ahora me parece inalcanzable). También las empresas, pues desde que Google se fulminó su servicio de Reader (que permanece catatónicamente encamado hasta que el matarife degolle su cuello cual cochino en San MartÃn) me despegué de otros blogs que solÃa leer hasta el extremo de entrar en únicamente dos sitios cada dos o tres dÃas introduciendo los primeros caracteres de la URL en la barra de navegación de Chrome. Y esto hace tiempo que dejó de ser frÃo para parecerme helador.
Ha habido motivos personales, los reconozco, que me han llevado a separarme voluntariamente tanto del blog como de ciertas personas que conocà a través de él. A diferencia de un curso del colegio o incluso de la facultad, aquà no pasan nueve meses y con la llegada del verano no los vuelves a ver, sino que siempre vas teniendo referencias y por pura comodidad he evitado bastantes… situaciones que podrÃan haberme molestado. Han sido unos meses jodidos. Varios meses. Y ni siquiera sé por qué hablo en pasado, la verdad, me estoy creyendo mejor de lo que soy en este aspecto, pero hostia, alguien se lo tiene que creer, ¿no?
Retomemos. Agosto del 2010. Un Lagarto Abuhardillado ya contaba con unos lustrosos cuatro años a sus espaldas y un tráfico que, si bien nunca ha despuntado (y me considero afortunado por ello, cada vez más), resultaba interesante. Aquà comenzó todo eso de quedar con amigos y que cada uno, en cada uno de los cuatro lados de la mesa, nos encontrásemos mirando nuestros teléfonos mientras las cañas y el servilletero se preguntasen qué habÃamos ido a hacer. Todo este problema de la sobreinformación, de que podemos enterarnos en segundos de cualquier cosa que suceda en Sumatra o en La Rioja, con imágenes y vÃdeos en alta definición, pero una información pésima, volátil, extremadamente caduca y meritoriamente olvidable. Consuelo de tontos, pero no soy el único en esta situación. Me tuve que encontrar para saber cómo era yo antes de aquello. Y empecé por el principio. Mes a mes, post a post. Naturalmente muchos me los he saltado del tirón. La mayorÃa de las entradas del comienzo me han sacado más de una sonrisa, «TÃo, hay que ver lo equivocado que estabas» o, al contrario, «TÃo, ojalá hubiese leÃdo esto antes». Ha habido momentos complicados, posts densos que ni siquiera recordaba haber escrito y que me han sorprendido muy gratamente. Ni siquiera sé cómo diantres fui capaz de escribir alguna de esas cosas, no por falta de valentÃa, sino por puro valor literario. Quiero decir, me ha tocado estudiar poemas peores. Poemas de artistas que, supongo, en algún momento serÃan la hostia, pero poemas de mierda al fin y al cabo.
Content is king
El contenido es el rey. El rey. Y, en la mayorÃa de casos (exceptuando citas, vÃdeos u otras cosas y chorradas) el contenido lo generaba yo. Pero de nada sirve esforzarte en crear el mejor periódico del mundo, con la tipografÃa más legible que puedas imprimir en ese papel que tiene el grosor perfecto para ser manejable pero no romperse ni plegarse como los demás, con unas fotografÃas que ilustran las noticias realmente impactantes sin llegar al morbo y unos cuerpos de texto tan mágicamente maquetados que en ningún momento te perderás al cambiar de una columna a la siguiente, unos artÃculos de opinión que despiertan curiosidad e interés en cualquiera que ojee sus páginas y unas noticias contrastadas y veraces expresadas en un lenguaje comprensible a la par que preciosista y directo cuando ha de serlo (pero ante todo respetuoso) con una selección de publicidad exquisita donde no encontrarás ni ofertas de cruceros ni sórdidos bailarines… si nadie lee periódicos ya. Si nadie va más allá del titular y, en su versión web, los comentarios generados que sirven como resumen irónico y lacónico de lo que el articulista querÃa expresar.
Y aquà entramos en el debate centenario de que no se lee porque no se escribe o no se escribe porque no se lee. Creo que, en mi caso, se juntaron ambas. Naturalmente si yo no escribo nadie lee, por descontado, pero ese salto hacia otras plataformas hizo que todos dejásemos bastante de lado esto (me incluyo, de nuevo) por tanto el retomarlo siempre producÃa pereza, y aunque se escribiese (menos y alarmantemente peor, ahora ya comprobado) la gente ya se encontraba distraÃda con otras cosas, y por tanto, no se leÃa, no se comentaba, y yo no escribÃa. Nada reprochable y todo completamente lógico pues, al final de cuentas, que esto es lo que cuenta, no éramos más que los mismos tÃos hablando entre nosotros sobre las mismas cosas, pero en otros medios. En otros soportes. Del telégrafo al teléfono y de ahà a Skype, si queréis. Curiosamente, cuanto menos he escrito ha sido cuanto más contacto real he tenido con vosotros. Se ha producido un acercamiento que, antes, hubiera sido impensable o, al menos, altamente dudoso (por mi propia mentalidad). Con algunos he cenado, con algunos he comido, con otros me he ido de cañas. Con otros… Ahora no importa, mientras sea feliz. No es que la culpa sea de Whats’App, pero casi, si hace un tiempo éste blog era prácticamente el único nexo entre varias personas y el tipo que escribe, poco a poco esa distancia virtual terminó en apretones de manos y hasta en esperas en aeropuertos. Todo aquello que necesitaba escribir lo contaba a las personas que sabÃa que iban a darme una solución al problema o simplemente a quienes pudiera interesarles. Rapidez.
Después de leer las mil quinientas entradas (1501, con esta), se me hace reconfortante ver que, aunque escriba peor, aunque eche de menos a muchas personas (no simples comentaristas) que solÃan leerme, reÃrse, criticarme, cuestionarme o hasta emocionarse con mis textos: la auténtica recompensa de un blog que en su momento no supe apreciarlo pues siempre parecÃa que estarÃa ahÃ, después de todo, lo que más añoro es escribir relatitos. Cuentos de algunas hojas. Más que eso, la capacidad para hacerlo. Recuerdo que varios de ellos, la mayorÃa, los escribÃa del tirón. Algo que me asombra. No me veo, ni me reconozco, capaz de hacer algo asà ahora. Un cuento como el de San ValentÃn, que en aquél momento parecÃa una buena idea, lo escribà en cosa de dos o tres horas entre las doce de la madrugada y las cuatro. Recuerdo esa noche con cierta claridad.
Nunca antes habÃa tenido tanta razón aquello de «Tú antes molabas». Pero, como en una serie de televisión, la primera temporada resultó llamativa pero tampoco extraordinaria, las dos o tres siguientes mantuvieron un interés notable alcanzando el sobresaliente en episodios (posts) concretos y todo lo que vino después lo ves (lees) por inercia y rutina, sin ningún interés real, mirando el reloj cada poco tiempo, sin saber cuándo dejarás de seguir el hilo de la trama, si ya sabéis que vuestra madre es la hermana del tÃo Barney.
Visto en: Un Lagarto Abuhardillado (by CBS).
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