Hace más de mes y medio me mudé a Madrid. Es algo que la mayorÃa de vosotros ya sabÃa, como siempre queda algún despistado que hace bien en no conocer mi vida al dedillo, lo pondré al dÃa. Nunca he sido un admirador de la villa Madrileña, de hecho, siempre me ha parecido un pueblo exageradamente extenso, nada más. En el tiempo que llevo viviendo aquà tampoco ha cambiado mucho mi percepción de ella, es una localidad manejable pero falta de carisma. Quiero decir, no es icónica, si pensamos en el mapa de dibujos animados donde se ve Europa siempre pintan la Torre Eiffel en ParÃs con el Arco del Triunfo, el Coliseo en Roma, el Big Ben y el resto de Westminster o el London Eye en Londres o la Puerta de Brandeburgo en BerlÃn. Estatua de la Libertad, Times Square, Empire State Building, Chrysler… Golden Gate en San Francisco, Capitolio y Casa Blanca en Washington, Opera House en Sidney. No hay nada visualmente referencial en la ciudad de Madrid, y es culpa de los mismos madrileños, algo que afortunadamente llevan unos poquÃsimos años intentando cambiar porque a un guiri no le dice nada la imagen de TÃo Pepe ni un cartelón de Schweppes. Finalmente pintan una plaza de toros (que ni siquiera es la de las Ventas) y sangrÃa y olé. San Sebastián y la barandilla de La Concha, Sevilla y la Giralda, en La Coruña la Torre de Hércules, Agbar y la Sagrada Familia en Barcelona, Artes y Ciencias en Valencia o lo que fue Numancia en Soria. Aquà se rebajan ellos mismos a un oso (que dicen que es osa) y un arbolito. Sobra decir que la cantadÃsima mÃrala, mÃrala, pinta más bien poco. Carece de un skyline reconocible.
Le falta chispa a Madrid. Sorprendentemente le sobra materia prima para encontrarlo, entre Austrias, Debods, Retiros, torres de Florentino, Kios… O, por ejemplo, el magnÃfico servicio de metro, que aunque cueste más dinero que antes no me parece, y hay quien me matará por esto, caro. Caro es el de Nueva York, que cuesta dos dólares y medio y, como en las pelÃculas, gotea, humea, huele mal y tiene mendigos y borachos dormidos dentro. Pero lo hacen todo a medias aquÃ, entre Princesas, Goyas, Españas y Preciados. Un buen servicio a un precio razonable con una oferta cultural amplÃsima a mano que vive a la sombra de un Corte Inglés. Y tal y como está la economÃa, no es, para nada, algo malo.
Encaminando el post, sabéis que me gustan los áticos, buhardillas (obviamente), y básicamente cualquier vivienda que no tenga vecinos encima. Por inercia y pijoterismo intenté buscar algo asà en el centro de Madrid. Y lo hay, sobretodo de Sol para abajo, pero son construcciones arcaicas, sin aire acondicionado y que no me daban suficiente confianza (y las que sÃ, por supuesto, se me iban de precio doblando o triplicando el máximo que me habÃa marcado). DÃas después de sumergirme en la divertida y rápida rutina de Madrid y empezar a pausar mis propios movimientos volvà a rascarme la barba meditabundamente a sabiendas de que seguÃa echando en falta algo: la altura. Vivo en un chiquitajo piso de 45 metros cuadrados (cuando mi anterior habitación, la añorada y original buhardilla que da nombre a esto, alcanzaba los 60) al que he bautizado «Mansión Wayne de provincias» y es un tercero con ascensor. No es suficientemente alto, hay dos más por encima. Afortunada y curiosamente, la oficina donde trabajo es un quinto y último piso con acceso a la terraza. Y no suben nada más que los fumadores. Y no lo entiendo (salvo por el sol y el calor). Asà que en mi cruzada a favor del disfrute de los flequillos y las canas de los edificios me interesé por esos dos hoteles de al lado de mi calle que son famosos por dejarte subir a la azotea y tomarte algo. A mà me pareció un chiste, pero debe ser asÃ, si vas a una azotea de Manhattan, en la Quinta, pides un Fitzgerald (que resulta estar bueno y da esa imagen de distinción, de Gran Gatsby, lógicamente, que no es que aporten muchas bebidas) y la pose te sale por 15 dólares más el 8% de impuestos locales de la ciudad de Nueva York y la propina que se entiende como obligatoria. Quiero decir, estás pasando una velada viendo el Empire y el Chrysler, que son cosas molonas. En los hoteles de aquÃ, al parecer, los precios son similares (algo más en Madrid después del cambio Euro-Dólar) pero, sin embargo, y esto lo que me ha jodido, no hay oferta. Comparando, Nueva York es una ciudad más frÃa que Madrid, por lo que, a priori, la idea de subir a una vigésima o trigésima planta a que te dé el aire no parece muy atractiva, tal vez, más al sur de Manhattan, lo de utilizar la escalera de incendios para montar una fiestecita en lo que serÃa un sexto parezca mÃnimamente más razonable. Pero aquà no hay nada de eso. Y me jode. Porque es algo que mola.
Hace un par de semanas aproveché para meter el germen de la idea de disfrutar de la última hora de la tarde en la azotea de la oficina. Si son tan molones como para tener las mesas de ping pong, no creo que les cueste mucho subir con una Coca-Cola ahà arriba en lugar de bajar al ruidoso bar de enfrente. Es una tarea difÃcil, sólo a dos personas les ha parecido bien de entrada. Lejos de desistir, al llegar al portal hablé con el portero para preguntarle si se podÃa subir. No. Y menos con gente. «Que si quieres subir para hacer unas fotos, pues todavÃa, un ratito…». Y es que yo no sé qué peligro ven en ello, si los del balconing son los de los paÃses ricos. Me llevé un chasco. Tanto sol desaprovechado, tanta melena recortada por los rayos de luz natural a la basura, tanta chica sonriente haciendo malabares en tacones que nadie sabe por qué se ha puesto apoyada en la barandilla muriéndose de ganas por hacer como que baila.
Y vosotros, que os lo vais a perder, estáis todos invitados. No pierdo la esperanza de poder disfrutar de una brisa algo menos contaminada que la del nivel del suelo con música suave y una luna brillante al fondo. Le falta ese despertar a la ciudad.
Visto en: Gran VÃa.
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