A veces atraviesas por unas semanas en las que intentar escapar de la rutina es tu nueva rutina. Y, sin esperarlo, te encuentras sonriendo después de una tonterÃa inesperada y quieres quedarte dondequiera que estuvieras. Otras veces no, pero hoy no cuentan. De cualquier manera, esta tarde (noche, casi) estaba paseando a la perrita, envuelto en mi mundo de fantasÃa, absorto y aislado. Feliz. Caminaba a mi putÃsima bola, viendo como dos treintañeros intentaban controlar unos de esos cuadricópteros de corchopán (yo tengo un helicóptero a radio control normalito, traÃdo del mismo centro de China, y es un jaleo, pero este parece sencillo) mientras mis orejas tragaban, aleatoriamente, canciones de Bowie. No me confieso su mayor fan porque no creo que nadie, ni él mismo, lo pueda ser. Me sucede como con Mike Oldfield, la etapa en la que hizo millonario a Richard Branson en Oxford Street me gusta, el resto poquito. David Bowie tiene tantos sabores que ni él mismo se atreve a pegarse un muerdo. Y sÃ, he puesto «el», a mà me parece un personaje de lo más simpático. Joder, tiene temazos, su época de comienzos de los setenta es bestial. El resto… bueno, para otro público.
El caso es que en ese paseo, adrenalinado por Life in Mars? una carambola del destino ha querido que continuase el festival con ZIggy Stardust. Y no me he podido resistir. Iba por la acera, solo, casi a saltos e inevitablemente me puse a cantar, berrear siendo fieles a la realidad. Desquiciado. PoseÃdo. Mark Renton.
Tan drogado estaba que tardé en darme cuenta de que, al fondo de la música, como si viniera de un pasillo, alguien más hacÃa los coros del tema. Justamente, un noble y cuerdo (quiero pensar) caballero, asomado a una ventana cercana de un tercer piso, pitillo en mano, habÃa cantado conmigo durante un rato. Yo paré, ensimismado con tan notable público y espontáneo, descalcé mis pabellones auditivos y escuché cómo aquélla ilustre persona soltó el verso final, un apoteósico y desentonado a más no poder «Ziggy played guitaaaar!».
Nos miramos durante casi un par de segundos. Nos descojonamos mutuamente. Nos dimos las buenas noches y, como señores, supimos que desde ese momento habÃamos firmado un pacto tácito en el que nunca comentarÃamos esa bochornosa situación. Pacto, por cierto, que acabo de romper.
Visto en: Por aquÃ, al fondo.
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