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Lagarto

Gafas de sol

Amaneces un mediodía, de domingo, el sol en la cara, completamente descansado. Te sales de la cama, te duchas, cantas cuatro tonterías de los Gandules, abres el armario y, ¿por qué no?, te pones esa americana negra que te compraste en Zara para una boda y nunca más volviste a llevar porque resultaba algo ridículo (por mucho que la abuela dijese lo contrario) y, joder, sorprendentemente te queda de puta madre. Te sientes cómodo con ella. Te colocas tu reloj (el de tic-tac), en la mesilla hay una carta del banco intentando venderte alguna milonga de las que no se bailan y del que cada mes te quitan la misma cantidad de dinero (que intentas que salga de aquí pero no termina de funcionar), bajas a desayunar un zumo y tu madre te entrega una gafas de sol para que te las pruebes. Ahora en primera persona, en ese preciso momento me hice un hombrecito.

Os contaré porqué. Tendría como 14 años o así cuando prometí a mi madre que llevaría gafas de sol cuando me sacara el carnet de coche, pero no antes. No es por ninguna manía, simplemente no me siento cómodo con ellas y veo igualmente bien con gafas que sin gafas. Tanto es así que en una ocasión me echaron (literalmente) de una óptica porque les estaba haciendo perder el tiempo al analizarme la vista ya que sufría de vez en cuando mareos y dolor de cabeza y lo atribuyeron a un posible problema visual. Pese a todo, he tenido gafas de sol, me las ponía muy poco, estéticamente nunca me gustaron y el único par que me medio quedaba bien lo perdí a la semana de estrenarlo. Un trazas.

Cuando digo que no me quedaban bien no lo hago para excusarme, es que cualquiera puede deciros que estoy mejor sin ellas por una sencilla razón: tengo una facilidad pasmosa para parecer un policía. Esto en un principio me resultaba hasta gracioso porque realmente daba el pego, con la cazadora de cuero y una cara seria, hacía algunas bromas de vez en cuando, en cambio cuando pasa un tiempo y tienes otra perspectiva de todo el asunto se vuelve más turbio, en una ocasión (la más dramática), entramos en un bar y fui a mear, al baño, donde me encontré a un yonki de estos modernos, con gafas de pasta, zapatillas de colores chillones, camisetas blancas largas con dibujitos rollo ochentero, vamos un chaval nervioso con demasiadas pelas y coca en la que gastarlas, que de sobra se sabía que se había pasado de la raya (super ingenioso, ¿eh?), que al verme de verdad creyó que era un policía nacional con intención de registrarle (supongo) por lo que echó al retrete unas bolsitas diminutas. Yo hice como que no vi nada para intentar no meterme en líos y por lo visto ese fue mi error, al ver él que yo (una vez meé) tenía intenciones de pirarme como si nada me preguntó si era o no un policía. Al responder que no y ver que había tirado unos cuantos euros por la taza del váter «por mi culpa» la tontería de «Tío, no sabes lo que te pareces a un madero, puedes ir a un mantero y decir que te regale los discos pirata» cobró un enfoque mucho más oscuro sin querer. Y desde entonces, claro, a mí no me hace mucha gracia tener esta facilidad para coronarme maestro del disfraz, al menos para uno de los Village People.

Entonces, esa casi tarde de domingo frente a un espejo, a sabiendas de que realmente iba vestido de una manera genial (lo cual me resultaba curioso porque siempre iba «psé», pero aquél día, y no lo digo de coña porque los tíos también nos damos cuenta de estas cosas de vez en cuando, estaba francamente bien, informal y adulto, un nuevo rol al que me estoy empezando a acostumbrar), cogí aquellas gafas (que eran similares a estas, con cristales polarizados, aunque no de marca conocida por mí) y me las coloqué con miedo a parecer un nuevo Hombre de Paco y al abrir los ojos vi a Calamaro. Andrelo. No sabía si era porque me apretaban las patillas en la cabeza y veía una distorsionada realidad que conectaba aquél espejo con Argentina o es que realmente he dejado de lado las siete diferencias con el Inspector Juárez para comenzar una nueva etapa como líder de Los Rodríguez, pero sin pitillo ni piano.

De cualquiera de las dos maneras no me terminaba de ver con aquellas gafas, menos aún cuando me apretaban en la sesera, y ahora las lleva mi padre. Sé que un día me veré obligado a pasar por el aro y hacer feliz a mi santa madre. Además de que también estoy convencido de que encontraré algunas con las que ni me sienta ridículo ni parezca cualquier otra cosa que no sea yo. Es más, viendo cómo he ido evolucionando llegará el momento en el que sea yo quien se dirija a una óptica a mirar por encima modelos y precios. Creo que esta va a ser mi rutina hasta que florezca el pelo de las orejas, mañana en la que ya seré viejo, y otro post que os calzaré.

Visto en: Mo, mo.

5 respuestas a «Gafas de sol»

Hace un año o asín me regalaron unas Rayban Wayfarer, me las puse muy contento y acto seguido me dijeron «Pareces un pianista ciego, jajajajaja!».

Eso minó por completo mi autoestima.

A mi siempre me echan la bronca por no usar gafas con mis ojos claros. Pero no me gustan. En concreto mi madre se encontró unas gafas de Tous (es que las niñas que pasan por donde pasea Duqui no entran en Zara) en el parque y se pasó media hora dando vueltas buscando a la dueña. Al final, volvió con ellas, me las dio y dijo «mira, por todas las cosas que vas perdiendo tu, te quedas con estas, porque de todas formas no vas a comprarte unas nunca…»

No sé si me quedan bien o mal, no las uso. Pero ya tengo gafas por si alguna vez nieva mucho/voy a esquiar (única ocasión que reconozco que me jode el reflejo y que no puedo salir a la calle sin gafas).

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