Tres búlgaros, un marroquÃ, un español y un puñado de irlandeses. ¿Un chiste? No, una anécdota curiosota, curiosota. Faltaban apenas horas para marcharnos camino al aeropuerto dublinés y yo estaba tirado en la cama, con la maleta lista, solo en la habitación con la televisión encendida pero sin hacerle apenas caso. Relajado. Entró un compañero de cuarto apurado, era un chaval de 13 años aspirante a rapero barriobajero aunque de ascendencia pijilla y pudiente que se habÃa dedicado ese mes a estar de vacaciones. Una facilidad para sus padres, sin hijo durante el verano. Miró por la mesa y las literas, me saludó, y se marchó. Imaginé que se habÃa dejado algo y querÃa meterlo en la mochila o en la maleta, el cargador del móvil o cualquier cosa. No le di importancia y aunque le pregunté me dijo que no era nada importante. Más relax. Pasaron unos minutos y se oyó un golpe en la puerta que me despertó de mi sueño despierto (ya me entendéis). Abrà un ojo y vi las piernas de tres hombres enormes y fuertes, hablaban raro. Se me acercó uno (el de aspecto menos peligroso) y con un extraño acento me preguntó en mal inglés dónde estaba la cámara y dónde estaba el chico. Instante después apareció la dueña de la casa pidiendo explicaciones. Yo no sabÃa a qué se referÃan y cuando esta señora, Bernie, amenazó con llamar a la policÃa ellos se largaron asegurando que no llamarÃa porque serÃan ellos quienes avisarÃan a la Garda.
Me quedé bastante extrañado y antes de salir del embobamiento apareció otro compañero de cuarto que acaba de instalarse (de hecho necesitaba mi cama) y nos preguntamos mutuamente qué pasaba. Él era de mi edad y era la primera vez que pisaba Isla Esmeralda, imaginad qué bonita su primera impresión. Yo habÃa dejado la ropa y la toalla lista para ducharme antes de ponernos en marcha, asà pues, como era costumbre, se acabó Pimp my ride y me fui al baño para, de paso, explicarle cómo funcionaba el calderÃn al recién llegado. Mientras me duchaba me parecieron oÃr voces en español, voces de dos personas adultas y otras de jóvenes. «¿Estaré flipando?», me preguntaba mientras miraba por la indiscreta ventana de la bañera la bonita tarde veraniega que habÃa salido. Me vestà y salà del cuarto de baño, pero no se oÃa nada, asà que volvà a la habitación para terminar de meter todo en la mochila y poner ruta al autobús. Pero la mochila no está y la maleta tampoco. En la habitación estaba este compañero que seguÃa extrañado, un amiguete de clase que vivÃa cerca y un desconocido. «No sabes lo que se ha liado ahà abajo», dijo mi colega, «Este es Habar [o algo asà con una sola vocal], es marroquà y me quiere pegar porque le he interrumpido en su oración. Ha venido hoy.» Lo que realmente pasaba es que este chico estaba rezando de rodillas de cara a la Meca, y la habitación que más al Este está en su casa es donde estaba mi compañero, el hombre vio la puerta de ese cuarto abierta y se coló, el otro lo vio arrodillado y pensó que estaba intentando robarle la comida que guardaba debajo de la cama. Al final se hicieron amigos, pero creo que hubo un par de hostias por el camino. Él estaba en mi cuarto para marcharnos juntos en el coche de la familia suya y mientras acercar a Habar a su colegio. Todo «normal», excepto lo de mis maletas. «Ha venido Hans Topo con un madero y se las han llevado». Hans Topo era el nombre con el que llamábamos a nuestro coordinador, de más de 60 años, bajito, calvorota, algo barrigón pero con un saque de Ping-Pong que se caga la perra. No era una persona agradable. Bajé a la cocina a ver si alguien me podrÃa explicar por qué mis cosas están en manos de la policÃa. Y más o menos se pudo. Allà estaban los miembros de las familias que nos albergaban tanto al amigo del marroquà como a mÃ. Las puertas del salón cerradas, algo que nunca habÃa visto. Me advierten de que dentro está la policÃa, tienen mis cosas y no quieren que nadie entre. Para mà la diferencia entre coger un avión en unas horas y que me expulsaran del paÃs al dÃa siguiente no me parecÃa grave, asà que llamé y abrÃ. Y, ciertamente, estaba Hans Topo, una pareja de policÃas, los tres búlgaros de antes y el jovencÃsimo gángster madrileño llorando. Me piden el pasaporte y que haga una lista de lo que llevo en la maleta, colaboro sin saber qué está pasando (yo creà que era algo de drogas) hasta que me explican que retienen al chaval por robo. Una pieza.
HabÃa habido una serie de hurtos menores en algunas tiendas y habÃa gente que habÃa denunciado que le habÃan robado, cámaras de vÃdeo, teléfonos, dinero, etc. El botÃn del crÃo era de unos 700€, tres cámaras de fotos, dos de vÃdeo (una de ellas la de uno de los búlgaros) y más cositas entre las que se encontraba el teléfono móvil de su hermana, que debÃa estar también por allÃ, y todo ello pensaba venderlo. En este momento yo hice mi especial aserejé, es decir, movimientos rápidos y acompasados de llevarme una mano al bolsillo derecho del pantalón (sÃ, está el teléfono), al izquierdo (bien, cartera y llaves) y a los traseros (unas monedas, de esas que terminan entre cojines de un sofá). Al verme, el chico respondió un sincero, «Tranqui, a los compañeros los respeto». Quiere decir esto que a su hermana no, pero a un desconocido que le obligaba a ver House sà lo respetaba. Amor fraternal. La policÃa, lógicamente, me preguntó si yo sabÃa algo de esto, Damocles haciendo malabares sobre mi cabeza, obviamente yo lo negué todo, pero es que esa era la respuesta que esperaban. Hans Topo me miró amenazante y me advirtió con delicadeza (ninguna, pero 0 es un grado de delicadeza) que más me convenÃa estar diciendo la verdad si pretendÃa marcharme aquella noche. En un inesperado acto de valentÃa y cariño el chico, preocupado por mà y entre sollozos, insistió en que yo no tenÃa nada que ver, sino que le ayudó otro compañero. Uno de los uniformados se fue en busca del compinche y apareció un tal Bob. Era español, Roberto, imagino, pero cuyo parecido con Marley era patente, era un Bob Marley de 13 años y con sobrepeso. Este aseguró que no me conocÃa de nada asà que revisaron el contenido de la maleta y «me soltaron».
Sé que estos chiquillos no viajaron en mi avión (que era el que les tocaba), y ciertamente eran unos putos delincuentes que no tenÃan ningún motivo para ir robando nada, asquerosos delincuentes, pero el gesto de salir a dar la cara por mà del chaval que sabÃa que la habÃa cagado me llamó la atención. No me lo esperaba. Eramos compañeros de cuarto, habÃamos hablado bastante, pero no lo suficiente como para que yo me diese cuenta de sus aventuras ilegales ni (creo) lo suficiente como para que él me cogiese ningún tipo de cariño, que si es capaz de chorizar a su propia familia no entendà por qué quiso defenderme. Pero se lo agradecà profundamente.
Visto en: Bray.
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